La mañana nace plomiza, brumosa, con mucho viento, como todos nuestros días en San Francisco. No demasiado linda para un día de playa, pero perfecta para navegar hasta una prisión que a medida que nos acercamos se ve cada vez más amenazante. Sacamos nuestros tickets el día anterior, quedaba lugar solo para la salida de las nueve y media y nos costaron dolorosos 30 dólares cada uno. El ferry se acerca lentamente al muelle, difícil sacar la cuenta pero nos subimos unas cuatrocientas personas, entre ellas un curso entero de niños y niñas de primaria que en viaje de excursión están más que excitados.
En veinte minutos descendemos en Alcatraz, en lo alto se puede ver el faro que desde 1854 todavía sigue en funcionamiento. La historia moderna de La Roca tiene más de 150 años, tras la construcción del faro comenzó la de fortificación y durante la guerra civil norteamericana, enemigos y desertores fueron encarcelados allí. En 1915 se convirtió en el “Cuartel disciplinario de los Estados Unidos, división del Pacífico”, con motivo de la Primera Guerra Mundial y recién en 1934 comenzó a funcionar como Penitenciaría Federal, para convertirse en una enigmática celebridad. Y no es para menos. A Alcatraz eran enviados los presidiarios mas peligrosos del país, los que habían cometido delitos graves no solo en las calles sino también en otras prisiones.
Dejamos que la multitud se diluya en diferentes direcciones y lentamente comenzamos a subir la explanada, a nuestro alrededor revolotean las gaviotas y a través de la bruma entrevemos los edificios de San Francisco. El viento frío pega en la cara y tiene gusto a sal, prácticamente no hay vegetación solo el esfuerzo de unos esmerados jardineros trabajando en unos canteros con flores. Pasamos por la torre de agua y luego por el antiguo depósito de cadáveres e ingresamos a la prisión propiamente dicha. Damos a un largo salón con duchas sin separación, una junto a la otra, sin dudas el lugar más peligroso de todos para agacharse a agarrar el jabón.
Con nuestras audio-guías en español, nos metemos de lleno en la zona de las celdas. Son tres pasillos o bloques de tres pisos cada uno, el central bautizado Broadway porque era por allí por donde desfilaban los nuevos internos que llegaban al presidio. Las celdas son mínimas e individuales, con solo una pequeña cama y un inodoro. Claustrofóbico todo, denso. Ni hablar de las celdas de castigo en donde todo era oscuridad y las puertas tenían solo una pequeña rendija. El ambiente carcelario contrasta mucho con la algarabía de los turistas que todo lo convierten en un parque de Disney. Tratamos de abstraernos, de imaginar la vida de los presidiarios, sus inviernos helados en estos pabellones, masticando su bronca, planeando la manera de escapar mientras el aire gélido sale de sus bocas formando vaho.
La prisión tenía capacidad para 336 prisioneros, pero su máximo fue de 302 y el promedio general en los 29 años que estuvo abierta fue de 260, todos hombres. En Alcatraz nunca hubo reclusas, tampoco guardias mujeres. La única presencia femenina era la de algunas esposas e hijas de los que trabajaban allí y habían optado por vivir en la isla. En los pabellones la disposición de los reclusos incluía que nunca estuvieran juntos blancos y negros, los primeros eran mayoría y generalmente sumamente racistas. El preso mas famoso que pasó por Alcatraz fue el rey de la mafia Al Capone, quien estuvo cuatro años y medio en la prisión, aunque se cree que nunca pisó una celda común, siempre permaneció en la enfermería ubicada en el piso superior. A pesar de todos los crímenes que lo tenían como protagonista, irónicamente, Capone terminó cayendo por evasión de impuestos. En 1932 fue detenido en la Prisión Federal de Atlanta, pero como seguía manejando sus negocios tras las rejas, se ordenó su traslado a la isla de Alcatraz en agosto de 1934.
Nos damos cuenta que si nuestro recorrido no sigue el de las audio–guías, se vuelve un poco confuso, pero al mismo tiempo podemos recorrer todo más tranquilos y con cierta soledad. Así que tratando de escapar a la multitud que saca fotos hasta de las grietas de la pared, ingresamos al comedor en donde tres veces por día se daban cita todos los reclusos, sentados a la mesa y con tenedor y cuchillo en mano. En sus testimonios los guardias aseguraban que los horarios de las comidas eran los más peligrosos para ellos. Si bien era estricto el conteo de cubiertos que se utilizaban, al mismo tiempo eran comunes las “perdidas” y desapariciones. Al salir al patio de recreo, una ráfaga fría nos sacude un poco, alrededor los muros pétreos y grises, era el lugar de partidos de básquet, fútbol americano, ejercicios y peleas, actualmente está tomado por las gaviotas.
Al ubicarse en una isla, rodeada de un mar helado, La Roca tenía la justa fama de inexpugnable, pero entre sus internos todos presidiarios de larga trayectoria, eran muchas las ganas de escapar. A lo largo de su historia hubo 14 intentos de fuga diferentes, que involucraron a treinta y cuatro presos. Cinco pudieron expugnar los muros, aunque nunca fueron encontrados y no se supo más de ellos, quizás se ahogaron antes de llegar a la costa de San Francisco, quizás lograron llegar a tierra y luego convertirse en sombras hacia la libertad. John Paul Scott fue el único preso que escapó de Alcatraz y fue hallado con vida y recapturado exhausto por el esfuerzo y el frío en la rocas bajo el puente Golden Gate.
En 1946 se dio el más sangriento de los intentos de fuga, conocido como la Batalla de Alcatraz, cuando seis internos estuvieron durante tres días luchando por el control de la prisión con los guardias que disparaban desde los extremos este y oeste donde estaban las galerías de Armas. Su objetivo de hacerse con la llave maestra para salir al exterior de los pabellones nunca se produjo y vendieron cara su rendición. Murieron dos guardias y tres presos, otros dos fueron condenados a muerte y ejecutados tiempo después.
Caminamos lentamente por el pabellón B, conocido como avenida Michigan, es allí en donde se produjo la fuga mas famosa de Alcatraz y una de las más famosas de la historia. Además quedó inmortalizada en la muy buena película protagonizada por Clint Eastwood, La Fuga de Alcatraz de 1979. Frank Morris y los hermanos Clarence y John Anglin ocupaban las celdas 138, 150 y 152, Allen West era el cuarto socio, pero nunca logró salir de la prisión. Con firmeza, precisión y gran constancia, trabajaron más de un año sin que nadie se diera cuenta, extrayendo poco a poco el cemento alrededor de las rejas de ventilación de sus celdas. El objetivo era agrandar el agujero para poder pasar a través de él y llegar al pasillo de mantenimiento. Para ello utilizaron cucharas, cuchillos y elementos que robaron de la carpintería y trabajaron largas noches en tandas de dos: dos perforaban la pared y dos vigilaban las rondas de los guardias.
Finalmente en la noche del 11 de junio de 1962 emprendieron la fuga, Allen nunca salió de su celda pero los otros tres llegaron a la costa sin ser vistos y se aventuraron al agua helada en una balsa confeccionada con trozos de impermeables. En sus camas habían quedado tres réplicas de sus cabezas, elaboradas con yeso y pelo humano. El truco funcionó a la perfección, nadie notó su falta hasta las siete y media de la mañana del día siguiente, cuando ya era demasiado tarde. El FBI tomó el mando de la investigación y salió a la caza de los prófugos por toda la bahía de San Francisco pero nunca fueron encontrados. Se habían esfumado. La prisión de Alcatraz fue cerrada menos de un año después, su mito de inexpugnable se había derrumbado definitivamente.
Cuando regresamos en el ferry a San Francisco miramos la costa, los puentes, pensamos hacia dónde nos hubiéramos dirigido nosotros estando en la misma situación que Morris y sus compinches. Suponemos que por el bien del sistema carcelario norteamericano al que no le hacía nada bien que se escapara gente, rápidamente se dispuso que los prófugos murieron en el intento de fuga. Aunque la verdad es que no tenían ninguna prueba concreta de ello.
Mientras nos dirigimos hacia los restaurantes de Fisherman Wharf, vemos tres viejitos sentados tranquilamente frente a la costa mirando fijamente La Roca. Eso nos hace recordar que si Morris hubiera tenido éxito en su escape hoy podría tener 87 años, los hermanos Clarence y John Anglin, un poco menos 83 y 84 respectivamente. Muy difícil, pero quien te dice que quizás estos tres viejitos que descansan de cara al viento y ríen entre dientes, no son aquellos hombres que vencieron a la inexpugnable Alcatraz.
Copadísimo Alcatraz!!!!!! Brindo por los 3 que escaparon y pido al de arriba que hayan llegado a alguna costa y que hoy estén vivos, sería la forma más copada de reírse de la justicia de los norteamericanos………Para cuando una nota de birras en Japon???? besos a los 2.