Tras cuatro horas de viaje desde Santa Marta y plenos de expectativa llegamos a la estación de buses de Cartagena de Indias emplazada en las afueras de la ciudad. Desde allí tomamos un colectivo local que paulatinamente se va llenando de gente y que tarda una hora más en dejarnos a las puertas de la ciudad amurallada. Tanto se habla de Cartagena, tanto nos contaron y leímos sobre ella que tenemos miedo de que cuando nos encontremos frente a frente, nuestra mirada esté tan impregnada de opiniones, exigencias y esperanzas que terminemos defraudándonos. Es como cuando vas al cine con una recomendación tipo “la película es buenisima..”, eso irremediablemente cambia tu juicio y a la salida la opinión pasa a ser: “es mejor de lo que me dijeron, es más aburrida de lo que me informaron…”.
En eso estamos mientras cruzamos por barrios coloridos y populosos, de casas humildes y vida en las calles, de autos viejos, plazas descuidadas y aroma a fritanga, a madera y metal. Nos bajamos del bus justo enfrente del monumento a la India Catalina, a pocos metros se ven los antiguos muros, del otro lado el fuerte de San Felipe y mas allá el mítico barrio Getsemaní y el muelle de los Pegasos. Ya los visitaremos, tenemos que bajar la ansiedad.
El sol está alto y caliente y nosotros nos dirigimos al hostel que nos recomendaron y que está afuera de las murallas, cruzando el parque Centenario. Se llama Casa Viena y al llegar nos dicen que está completo, así que dejamos las mochilas para buscarlas más tarde y nos vamos directo al interior del muro. Es domingo y la ciudad parece adormilada, solo un par de puestos abiertos asándose al sol, unos viejos durmiendo a la sombra y un par de hombres con pinta de que brindaron mucho en el almuerzo.
Ingresamos por la Puerta del Reloj, son las cinco de la tarde y no queremos perdernos nada, pero necesitamos resolver la cuestión del alojamiento, así que con mapa y guía en mano recorremos rápidamente las calles empedradas de encantadores balcones, plazoletas y cúpulas.
Optamos por un pequeño hostel, barato, de cuartos pequeños y limpios, baño privado y aire acondicionado. De lo que no nos damos cuenta hasta ya instalados, es que la puerta del baño es mini, un pequeño pedazo de madera que deja poco para la intimidad o la imaginación. Buscamos las valijas y salimos a dar una vuelta por la ciudad que sigue con su calma pueblerina, con mayoría de negocios cerrados y algunos turistas sacando fotos. Los días siguientes nos daremos cuenta que solo los domingos Cartagena está así de tranquila.
Salimos a plazas con canteros y pequeñas parroquias, con casonas con flores amarillas, azules, blancas, rosas y fucsias. Nos encantaría saber como se llaman estas flores (nota mental: en algún momento de nuestras vidas tenemos que hacer algún curso de floricultura).
Vamos hacia el mar, el mar siempre nos llama, subimos unas escaleras y quedamos en la parte superior de la muralla que rodea la ciudad y que aún conserva los cañones de la época de la colonia. Cuando empieza a caer la noche, las farolas comienzan a encenderse creando una atmósfera de irrealidad, de fantasía, de vuelo al pasado. Junto a la costanera corre una autopista que se dirige a la zona nueva de Cartagena y a nuestra izquierda un bar con mesitas tenuemente iluminadas.
Mientras le hacemos señas al barman para que nos traiga dos cervezas nos quedamos mirando el horizonte, tratando de ver/imaginar la llegada de barcos piratas o galeones españoles. Cartagena de Indias se fundó en 1533 y fue uno de los puertos principales del imperio español en América. Hace años en esas aguas turbulentas se podían ver cientos de barcos comerciando y guerreando. Hoy las aguas están quietas y ni un solo navío pasa por allí. El aire salado se mezcla con el aroma a la piedra de siglos y nos envuelve. Con una sonrisa en los labios y en el alma nos quedamos deseando que el tiempo se detenga por un rato.
Caminando sin mirar el mapa llegamos hasta la iglesia de Santo Domingo, la más antigua de la ciudad, en su explanada hay bares y restaurantes con mesitas al aire libre y mozos y mozas que con menú en mano te ofrecen comidas y descuentos en su afán por atraer clientes. Nos sentamos a cenar en una de ellas pizza con cerveza, mientras la brisa del caribe mueve la llamita de nuestra vela. Por delante nuestro podemos ver el trajinar de vendedores ambulantes que no dudan en dejarte con el bocado colgando del tenedor mientras intentan venderte sus productos.
Cuando terminamos de cenar, no era muy tarde, pero ya estaba todo cerrado, mientras caminábamos Caro dice «esto es una amargura». Levantamos los ojos y ahí estaba el cartel con el nombre de la «Calle de la Amargura». Desde ese entonces comenzó nuestro afán por fotografiarnos en calles con nombres semejantes en las ciudades y pueblos latinoamericanos.
Cuando volvemos al hostel, vamos dando vueltas por calles tenuemente iluminadas en donde cada tanto repiquetean los cascos de algún caballo tirando de su carruaje.
Al llegar nos sorprende ver que justo al lado de nuestro alojamiento hay un cabaret, música alta, luces rojas, hombres tomando tragos y chicas con poca ropa y mucho maquillaje. Con la esperanza de que no se escuche demasiado el alboroto, subimos a nuestro cuarto y pasada la medianoche y muertos de cansancio nos vamos a dormir. No se cuanto tiempo pasa desde que cerré los ojos, pero entre sueños escucho portazos, risas, ruidos de pasos, corridas. La despierto a Caro, le digo lo que escucho, media dormida me dice que no pasa nada, que me vuelva a dormir. Pero no puedo, intrigado abro la puerta y pego un ojo al borde para fisgonear, no quedan dudas que los únicos que nos fuimos a dormir en este lugar fuimos nosotros. De uno de los cuartos sale sigilosamente un hombre en calzoncillos, de otro una chica sin corpiño que baja la escalera, luego un par de borrachines pasan riendo con botellas de cerveza en mano, al rato dos chicas que visten minifaldas coloradas a lunares ingresan a una de las habitaciones. Linda la fiesta, parece que lo que empezó en el cabaret de al lado, se termina aquí mismo.
Todavía nos queda mucho por conocer de Colombia, les compartimos el blog de Valen que nació allí y tiene mucho para recomendar acerca de qué visitar en Colombia.
Es buenísimo saber que finalmente os gustara Cartagena tanto como a nosotros.
Parece que las recomendaciones y las buenas expectativas con las que llegásteis a la ciudad se cumplieron al máximo.
Muchas Gracias por escribirnos! Es una ciudad alucinante con mucha cultura e historia!
Hermosos lugares. Felicitaciones y gracias por compartir tan bellas imagenes.
Muchas Gracias Bibiana!!! Cartagena habla a través de sus fachadas!
Excelente descripción, los felicito con todas las letras.
Muchas Gracias Mónica!