Diciembre 2011
Último paseo por Chiang Mai y llegada a la bella Luang Prabang la tierra del buda Pha Bang, de monjes y templos, de estilo francés y de baguettes con jamón y queso.
[M]ientras Caro termina de armar las valijas yo me dirijo hacia la casa de turismo para buscar nuestros pasajes de avión a Luang Prabang que compramos el día anterior. En la oficina tenían todo listo, así que en quince minutos estaba de nuevo en el cuarto para terminar de ordenar todo, dejar las valijas en recepción y aprovechar las últimas dos horas de recorrida por la ciudad. Esta vez nos dirigimos hacia los complejos budistas de Wat Phan Tao y Wat Chedi Luang, muy interesantes, en ellos se respira paz por sus senderos arbolados con sus pagodas y budas dorados y finamente decorados con flores. Sin zapatos y en el silencio del lugar nos tomamos unos minutos para poner la mente en blanco y relajar. A nuestro lado una extensa fila da calderos se alinea frente a una esbelta figura de buda, en ellos se colocan las ofrendas para los monjes que habitan allí.
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[C]uando salimos caminamos por pequeñas y sombreadas callecitas hacia el centro pasando por mercados donde nos llamó nuevamente la atención la gran cantidad de tipos de arroces y frutos secos que pueden existir.
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[S]eguimos paseando y nos internamos en las librerías de Chiang Mai en donde se pueden encontrar textos en todos los idiomas imaginables, aunque lamentablemente bastante pocos en español. Compramos una novela policial de un autor español llamada “No acosen al asesino” para leer durante el viaje y aprovechamos nuestros últimos minutos almorzando en un pequeño restaurant de la calle Ratchawithi, un curry de pollo norteño picantísimo, pero muy, muy rico y un pad thai con mariscos muy sabroso también.
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[D]espués de mas dos semanas maravillosas se hace difícil dejar Tailandia. Tierra de espiritualidad, de budismo, de templos maravillosos, de mercados y playas escondidas, de monos y elefantes, de vendedores ambulantes, turistas y buscavidas y sobretodo de gente amable con una eterna sonrisa en sus labios. Tenemos que seguir nuestro camino y Laos antiguamente llamada Lan Xang la tierra del millón de elefantes nos espera y estamos con muchas ganas de conocerla. Terminado el almuerzo y recuperadas nuestras valijas nos tomamos un tuk tuk por el precio de 100 bath (U$3,30) hacia el aeropuerto. Si bien recorrimos bastante Chiang Mai, en el camino al aeropuerto vamos descubriendo nuevas callecitas que zigzaguean entre balcones con flores, árboles perfumados y pequeños bares. Los tuk tuk por su tamaño tienen la impunidad que les da ser mitad moto mitad carro y se pueden meter por cualquier recoveco y frenar abruptamente sin que pase nada grave. Llegamos al aeropuerto que se ubica junto a un shopping, los tailandeses aman sus calles, pero el país esta lleno de shopping centers. Nos bajamos cincuenta metros antes de lo requerido y con eso el chofer consigue un nuevo cliente, está tan feliz que nos agradece como si le hubiéramos salvado la vida.
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NUESTROS PRIMEROS PASOS EN TIERRAS LAOSIANAS
[U]na hora mas tarde descendemos de nuestro avión a hélice en el aeropuerto de Luang Prabang. Bajamos en medio de la pista y caminamos hasta las oficinas, el aeropuerto es chico y en pocos minutos sacamos nuestra Visa a 30 dólares cada uno y salimos.
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[singlepic id=440 w=250 h=400 float=left] [N]os reciben con alegría ya que el turismo es una parte muy importante de la economía laosiana. Afuera se ubican unas junto a otros camionetas y taxis entre el griterío de ofertas de viaje. No sabemos bien como, pero terminamos arreglando con un japonés que no habla nada de español y casi nada de inglés para viajar juntos y economizar. En el idioma universal de los viajeros negociamos con el chofer y terminamos en U$6 el viaje al centro de la ciudad. Por el camino se pueden ver monjes budistas con sus típicas túnicas naranjas entre retazos de arquitectura francesa, pagodas, banderas comunistas, puestos de venta de baguettes y wafles con Nutella. Algo inimaginable del otro lado de la frontera.
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[L]aos, como Vietnam y Camboya, sufrió el imperialismo francés que a finales del siglo XIX unificó todo el territorio en lo que se conoció como Indochina francesa. Esa pasión de los poderosos por borrar fronteras, personas y culturas para apoderarse de lo que no es de ellos. Convertir al mundo en un maquiavelico tablero de ajedrez en donde cada ficha que se mueve puede terminar con la vida de millones de personas en un segundo. Los ejércitos franceses se quedaron en Laos por más de cincuenta años y se retiraron tras la 2° Guerra Mundial, luego de probar un poco de su propia medicina al ser invadidos por los ejércitos nazis de Adolph Hitler.
LUANG PRABANG, PUEBLO LAOSIANO CON UN TOQUE FRANCÉS
[V]uelvo a Luang Prabang, descendemos del taxi en la calle principal la Sisavangvong que muchos metros mas adelante se convertirá en la Sakkarin. En su centro se ubica una colina llamada Phu Si en donde se encuentran varios templos budistas como el Wat Tham Phu Si, Wat Pa Huak y el That Chomsi. Toda esta parte de la ciudad queda apretadita entre el río Mekong y su afluente el Nam Khan. El río Mekong es la gran fuente de vida del sudeste asiático, recorre seis países nace en China, en la zona del Tibet y sinuoso recorre Birmania, Tailandia, Camboya y Vietnam, además de Laos por supuesto.

Laos, Luang Prabang
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[T]odo es agreste y tranquilo, con exquisitas posaditas, las montañas de fondo y el lento fluir de los ríos, mas allá en medio de la calle se puede ver una larga fila de toldos rojos, es el mercado. El sol esta cayendo y los monasterios budistas quedan en penumbras, pero las túnicas color naranja de los monjes brillan en la oscuridad. Empezamos a buscar hostel, en esta zona los hoteles son de dos pisos con balcones de madera brillosa y restaurantes en la parte de abajo. Como sus precios escapan a nuestro presupuesto, seguimos caminando y preguntando precio en dirección a la costanera que da al río Mekong. Son varias las propuestas que encontramos que van de los diez a los quince dólares, pero dudamos de la calidad del alojamiento. Finalmente nos quedamos en un hostel ubicado frente al río llamado Phousi Guest House por 13 dólares el cuarto con baño privado y wifi. Dejamos todas las cosas y salimos a caminar cuando ya la noche calurosa está instalada, paseamos por la costanera con sus restaurantes ubicados sobre el acantilado con el río oscuro por debajo y los árboles decorados con luces de colores.
DE MERCADO EN MERCADO: RECUERDOS Y GASTRONOMÍA
[V]amos a hacia la Sisavangvong y recorremos el mercado nocturno calmo, ordenado, aquí las vendedoras y los vendedores son mucho mas tranquilos que en Tailandia, no andan a los gritos sino que son silenciosos y pacientes. El regateo es fundamental y hay que acostumbrarse a las cifras ya que 8 mil kips equivalen a U$1. El mercado nocturno es super colorido, pero lo central es que tiene cosas muy baratas y diferentes a todo lo visto en Tailandia. Ya les contará caro en otra nota los tips, precios y productos de los diversos mercados por los que estuvimos a lo largo del viaje.
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[L]legando al final del mercado encontramos un estrecho y maravilloso pasillo de unos doscientos metros dedicado enteramente a la gastronomía. Ruidoso, lleno de vida, aromas y colores. De un lado se ubican mesas colectivas en donde se sientan todos los que entren, los que atienden no dejan que haya un lugar vacío, en el corredor central hay un frenético trajinar de personas que con sus platos en mano van y vienen comiendo al paso o buscando lugar para sentarse. Del lado derecho se sitúan las parrillas que asan pescados, cerdos y pollos y bandejas con arroz y fideos con todas las variedades de condimentos y colores que uno pueda imaginar. También se ubican en las mesas humeantes cuencos con sopas, guisos y verduras, además de deliciosos trozos de cerdo y pescado sujetado en varillas de madera. El sistema es de autoservicio y es práctico y muy barato: Todo lo que no sea carne se vende por plato hasta que explote de lleno por 10 mil kips (un poquito más de 1U$). Los trozos de pollo, cerdo y pescado se vende por unidad, 10 mil kips también. Mismo precio para la cerveza beerLao grande. Nos sentamos en una mesa junto a cinco alemanas que charlan sin parar, la comida es exquisita, comemos pollo y cerdo a la parrilla con arroz más una cerveza todo por cinco dólares.
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[T]ras la cena alargamos la noche que de a poco se va apagando en un bar llamado Coconut Garden, lindo lugar con un patio al frente con mesas al aire libre, una gran palmera y un brasero en el centro para mantener calentito el ambiente. Junto al fuego charlamos y tomamos un vinito blanco laosiano con hielo. Son las once y son pocos los turistas que vemos dando vueltas, mientras que las casas de masajes, primas hermanas de las de Tailandia todavía siguen abiertas y con clientes. Bajamos caminando hasta la zona del río en busca de nuestro hotel, mientras los restaurantes sobre la costanera, van acomodando todo para terminar el día, aunque las luces de colores siguen funcionando. Encontramos nuestro hostel que tiene cerradas las puertas y todas las luces apagadas. Tanteamos la puerta de madera y vemos que no está con llave, así que entramos y caminamos a tientas por el vestíbulo oscuro hasta que nos topamos con una carpa de campamento en donde duerme profundamente y tapado hasta las orejas el conserje. No podemos menos que sonreír ante la bizarra situación. Tratamos de no despertarlo, pero en la oscuridad le pego sin querer a algo con la mochila, el ruido explota en el lugar y Caro me mira con reproche como si estuviera despertando a un bebé. La cuestión es que el conserje ni se mosquea, emite un ronquido y sigue durmiendo, así que pasamos de largo y seguimos hasta nuestra habitación, que descubrimos se ubica pegada a la cocina. Mal augurio como promesa de buen sueño.