Junio 2013
Nuestro último viaje, como casi todos los que emprendemos, empezó a crecer, a germinar, a mutar, a fluir, a cambiar desde su inicio mismo. Al principio no teníamos pensado ir a Europa, pero a medida que se daban circunstancias positivas como amigos que nos darían alojamiento en sus casas y pasajes de avión en oferta, comenzamos a creer que a pesar de nuestro acotado presupuesto podríamos viajar de nuevo al Viejo continente. Cuando lo confirmamos, una de las primeras ciudades que acordamos visitar fue París. No sólo por lo que representa por sí misma, sino también por lo que significó en nuestras vidas. Caro viajó a la Ciudad Luz para realizar unos cursos allá por el año 2000, sola recién salida del secundario. Ya había estado en París junto a su mamá y abuela Mameia cinco años antes, pero esto era totalmente diferente. Su idea era quedarse un par de meses, pero se terminó quedando casi un año. En mi caso implicó no sólo mi primer viaje a Europa en el año 2004, sino también uno de los grandes desafíos de mi carrera, la producción de un documental sobre el Centro Piloto París, una oficina de espionaje que había instalado la dictadura militar argentina para entre otras cosas, vigilar/intimidar/secuestrar a los exiliados que allí vivían.
Esta vez llegamos a París en primavera, una primavera fría y lluviosa que aumentaba, si eso es posible, el habitual mal humor de los parisinos, y nos alojaríamos por unos días en el departamento de nuestro buen amigo griego de la Ruta Quetzal Panayotis Constantinou o Panos para todos los mortales. En nuestro primer día salimos a recorrer la ciudad impacientes y conscientes del tiempo pasado. Caro con los ojos de una enamorada que luego de 13 años vuelve a reencontrarse con su primer amor, yo con los de un amante que ha transitado buenos momentos, pero que todavía necesita algunas explicaciones. El cielo está encapotado y la llovizna nos acompaña en nuestro camino por la avenida Des gobelins, desde Place de Italie hasta los jardines de Luxemburgo, en donde nos sentamos en uno de los bancos frente al lago. Miramos la gente pasar, todavía asimilando el estado de irrealidad en que estamos y husmeando en nuestras memorias lo que vivimos hace tanto tiempo. Por supuesto nuestros ojos, experiencias y corazones no son los mismos de tantos años atrás y por eso de a poco, juntos, queremos ir descorriendo el velo de nuestros nuevos sentimientos.
De allí nos vamos hasta la isla de la Cité con la vanidosa Catedral de Notre Dame desbordando de gente y a pocos pasos del lugar en donde hace más de setecientos años quemaron en la hoguera al líder de los templarios, Jacques de Molay, gran maestre de la Orden. Cuentan las crónicas de la época que mientras era consumido por las llamas lanzó una maldición contra el rey Felipe IV el hermoso, contra el papa Clemente V y contra cuantos habían participado del ataque, saqueo y destrucción de la orden del Temple. Lo impresionante del asunto es que el Papa y el rey morirían en extrañas circunstancias poco tiempo después.
De allí caminamos al Puente de los candados donde miles de enamorados sellan allí su amor y luego tiran la llave al Sena. Andamos hasta el Barrio Latino, bullicioso, lleno de restaurantes con mesas en la calle y de reojo vamos viendo los precios y confirmando lo que ya sabemos, París es de las ciudades más caras de Europa, cabeza a cabeza con Londres.
En una de esas lindas casualidades que tiene la vida el gran periodista Ezequiel Fernández Moores, y además tío de Caro, está en París sólo por un par días y nos vamos hasta el Pont Neuf para encontrarnos con él. Nos llevamos una sorpresa al verlo con otro buen amigo nuestro, el realizador Makina García y Federico el camarógrafo. Ellos viajaron a París porque están trabajando en un proyecto de documentales junto a Eduardo Galeano, palabras mayores si las hay. Después de los saludos de rigor nos sentamos a cenar en un restaurante frente a los jardines de Luxemburgo, pasta y vino tinto, mucha charla, muchas anécdotas y gran emoción de todos cuando Makina nos relata el nacimiento de sus trillizos. Tras la comida volvemos todos caminando entre farolas, con la aureola de irrealidad que envuelven algunas situaciones mágicas.
Los días siguientes son un torbellino de actividad, vamos en subte hasta el barrio de Montmartre, donde se ubica el famoso Moulin Rouge y una gran cantidad de cabarets y locales de sexo. Nos encontramos con María, la prima de Caro que está estudiando en París (¡Caro tiene parientes por todos lados!) y con ella empezamos a subir la cuesta hacia la iglesia de Sacre Couer con su cúpula blanca como faro en el horizonte.
A los pies del Sacre Coeur se puede ver hermosa la ciudad de París y a Iya Traoré un artista de Guinea que hace maravillas con una pelota de fútbol. Del otro lado una bonita plaza repleta de pintores, músicos y vendedores y a su alrededor bares y bistros.
Después de comer unas pizzas con media botella de vino y unos crepes con nutella, nos despedimos de María y seguimos nuestro camino por el boulevard Montparnasse y luego por el Saint Germain, hace frío y lastima ver tanta gente durmiendo en las calles. Pasamos por La Coupole, Le Dome y La Rotonde, míticos bares de la antigua bohemia parisina en donde paraban genios como Julio Cortazár y Pablo Neruda.
Al día siguiente sigue fresco y nublado. ¡Por favor París regalanos un rayo de sol! Vamos para Les invalides y allí adquirimos la París Museum Pass por cuatro días, para así reducir a la mitad el precio de las entradas a los diferentes lugares. El Palacio Nacional de los inválidos, es un complejo que nació como residencia real para soldados retirados o con problemas físicos y que guarda la tumba de Napoleón Bonaparte. Intimida caminar por la cripta circular, con nuestras pisadas que retumban en el piso de mármol y con las historias de victorias y derrotas que sobrevuelan en el aire.
Museo Rodin
Más tarde almorzamos en el parque al amparo de unos arbolitos y comienzo a comprender que París (no es la única ciudad) puede sacar lo peor de Caro. Una fuerza interior que se convierte en hiper actividad y que al explotar le hace planear actividades que ni en un mes alcanzaríamos a realizar. Entonces tratando de negociar (soy un viajero de parada en barcito cada dos horas) llenamos nuestra tarde de museos: el de Las alcantarillas, para ver que hay bajo las calles de París, interesante pero evitable. De la Orangerie imperdible con excelentes obras de Monet, Degas, Gauguin y otros grandes. El de Auguste Rodin, emplazado en la que fuera una de sus casas, imperdible también con obras como “El pensador”, “El beso” y la escalofriante escultura “Las puertas del Infierno”, además de exquisitos jardines para dar una vuelta y sentarse a tomar un café (si su “Caro” los deja).
Panteón
En la mañana de nuestro tercer día visitamos el Panteón, hermoso edificio que inicialmente iba a ser una iglesia dedicada a Santa Genoveva patrona de París y que la revolución cambió su destino y lo convirtió en un lugar para alojar los cuerpos de los más ilustres hombres del país. Allí descansan Voltaire, Rousseau, Alejandro Dumas, Victor Hugo, Jean Jaures, Emile Zola, Louis Braille y Marie Curie entre otros. Al salir nos damos cuenta que el Péndulo de Foucault ya no cuelga allí, desde hace tres años está en reparación. León Foucault lo instaló en 1851 teniendo en cuenta la altura que le otorgaba el edificio y con este experimento buscaba demostrar la rotación de la tierra. Inmediatamente pienso en la novela de Umberto Eco, que lleva el mismo nombre y que tengo que leer en cuanto pueda. Después de almorzar vamos hasta el museo de Orsay, el preferido de Caro y desde esa tarde también el mío con una colección de cuadros de Renoir, Camille Pisarro, Toulouse Lautrec, Monet, Cezanne y Van Gogh que corta el aliento y te transporta a otros mundos. Dispersos por naturaleza, delante de muchas de estas obras maestras podemos concentrarnos y abstraernos de todo cuanto nos rodea.
A la noche nos encontramos con Panos y nos vamos hacia el norte de París a la zona en que uno de los canales que alimenta al Sena se pone al mismo nivel de la ciudad. En los bordes del canal grupos de jóvenes charlan, escuchan música y toman botellas de vino tinto. Nos encontramos con dos amigos griegos de Panos, Teo y Nikos, conversamos en inglés, francés, español y una mezcla de todos estos idiomas juntos más el griego. Nos tomamos unas cervezas en un bar bastante concurrido y luego cenamos en una pizzería que queda enfrente con la luna que brilla bien alta. Qué maravilloso es viajar y también relajar un rato junto a una buena copa de cabernet francés.
Chicas, tengo tantos lindos momentos vividos en Paris tanto como en otras ciudades de Europa, con mis dos hijos mayores, pocos dias… calidad y calidez, en familia… este relato me trae lindas memorias de mi bautizo viajero en Paris, me quedo mucho por ver… Dificil de explicar… lo que se siente… una se pierde…y te enamoras de los viajes. Sigamos en contacto.