Me despierto temprano con dolor de panza y un resfriado que me va a tener a maltraer todo el día. Siempre me pregunto cuál es el misterioso proceso biológico que hace que uno se acueste en perfectas condiciones y varias horas de sueño mas tarde se levante hecho una piltrafa. Como son las seis de la mañana trato de volver a dormirme, pero entre vuelta y vuelta los acordes de una canción oriental me despiertan del todo. Caro ajena a todo sigue durmiendo plácidamente. Fastidioso salgo del cuarto y me acerco a la fuente que emite la molesta melodía a horas tan tempranas. Junto a la cocina del hotel que está desierta me enfrento a una puerta de madera. Golpeo con los nudillos y sin mediar palabras la puerta se abre lentamente. Frente a mí, sentado en el inodoro y con los pantalones por los tobillos un laosiano tararea la alegre canción mientras me mira con cara de interrogación. Él, muy tranquilo, yo, perturbado con la imagen que estoy viendo. Como puedo le explico que baje el sonido de la radio ya que queremos seguir durmiendo. Sonríe me pide disculpas y la apaga. Vuelvo a la cama con la certeza de que volver a conciliar el sueño va a ser imposible, a mi malestar general se le suma la inquietante y persistente imagen del oriental sentado en el trono.
El día anterior ya habíamos decidido cambiar de hotel, así que a eso de las diez, dejamos las valijas en el vestíbulo siempre en penumbras para no andar con tanto peso en nuestra búsqueda y ponemos manos a la obra. El día está soleado y cálido y con entusiasmo salimos a explorar la ciudad.
Caminamos despreocupadamente por la costanera del Mekong, que se ubica muchos metros más abajo al final de los acantilados que se utilizan para el cultivo de alimentos, sobre todo de arroz. Por todos lados se respira paz, tranquilidad, de un lado de la calle se ubican pequeños restaurantes casi sobre el río, sombreados por árboles y palmeras y del otro hosterías de dos pisos con balcones de madera.
Llegamos al final de la costanera, en donde el río Mekong se une con el Nam Khan envolviendo plácidamente esta parte de la ciudad. Por momentos aparecen estrechas callecitas con escalones de piedra y ladrillo, con árboles con flores y que generalmente dan a templos budistas que se pueden caminar libremente y observar a los monjes con sus túnicas naranjas.
En el frente de los negocios flamean la bandera comunista con la hoz y el martillo y banderas de Laos con una franja azul en medio y dos rojas a los costados con un circulo blanco en el centro y En algún lugar leímos que el rojo significa el triunfo del comunismo y la sangre derramada en la independencia, el azul representa al Río Mekong y a la grandeza del país y el circulo blanco simboliza a la luna y a la unión de toda la nación. Esta bandera fue adoptada en 1975, tras el triunfo en la guerra civil del partido comunista Pathet Lao tras miles de muertes en medio de la Guerra Fría encabezada por Estados Unidos y la Unión Soviética.
Bordeamos la curva que une los dos ríos y caminamos por la calle principal en donde encontramos, unos metros dentro de una soi ondulante, el Sackarinh Guest House. (Los soi son callecitas angostas). Es limpio, barato, las habitaciones son amplias, funciona el wifi y está muy bien ubicado. Así que sin pensarlo dos veces reservamos y vamos a buscar nuestras valijas. (ojo que es puramente precio calidad mochilero)
Una vez arreglado lo del hotel, salimos a pasear y alquilamos bicicletas por todo el día, tenemos que dejar nuestros pasaportes en concepto de depósito y eso no nos gusta pero en todos lados es igual. Pedaleamos por callecitas encantadoras, recorremos la ribera del Nham Ko también llena de bares y hosterías y enfilamos hacia el complejo del gran palacio en cuyas paredes exteriores se ubica parte del night bazar cuando la avenida se vuelve peatonal. Además del museo del palacio se puede visitar un templo budista ricamente decorado con sus techos y escalinatas blancas, separados entre sí por una amplia avenida con palmeras.
Al salir nos dirigimos hacia uno de los lugares que más nos apasiona visitar cuando andamos de viaje, el Mercado. En este caso vamos hacia el mercado de Phosy, el mas grande de toda la zona, a unos dos kilómetros de donde estamos. A medida que avanzamos desaparecen los turistas y podemos ver hombres que vuelven de sus trabajos, granjeros y artesanos, mujeres con sus niños en motos, jóvenes monjes que se cubren del sol con paraguas negros y ancianas cocinando con sus braseros en las puertas de sus casas. Al llegar estacionamos las bicicletas ante la atenta mirada de un cuidador.
La mayor parte del mercado es techada, con telas de araña que parecen mantos. En el lugar reina la penumbra y la actividad a esta hora de la tarde, de a poco se va apagando, igualmente los cientos de puestos permanecen abiertos todavía. En ellos se amontonan verduras de todas las clases y trozos de carne con miles de moscas alrededor, huevos de gallina, ajíes picantes y brillantes, bolsas con especias, bananas y variedad de frutas desconocidas para nosotros. Compradores y vendedores negocian los precios de las mercaderías mientras las mujeres cargan sus niños a la espalda.
Terminado el recorrido, nos subimos a nuestras bicicletas para iniciar el regreso, pero a los dos metros el asiento de la bici de Caro se cae abruptamente, el caño está cortado. Unos segundos después como quien no quiere la cosa, un hombre se nos acerca y nos muestra una bicicletería que se ubica “justo” enfrente del mercado. Convencidos que no es una casualidad la rotura de nuestra bici y resignados porque no nos queda otra vamos hasta allí. El dueño nos indica con un movimiento de cabeza a un joven que nos va a atender. No hay forma de hacernos entender con el chico más que con señas. No habla una sola palabra de inglés. El calor es terrible y las gotas de sudor se deslizan por nuestros cuerpos. El rostro del joven está negro y empapado y no encuentra la manera de solucionar el problema. Nosotros comenzamos a imaginar cuanto nos costará pagar la bicicleta completa. Se nota que hace poco que conoce el oficio porque no hace una bien, primero corta más el caño, después lo lima, lo desenrosca, le da con el martillo, con una pinza, con una tenaza. Cuando aparece empuñando un soplete, con Caro estamos convencidos que esto puede terminar mal. Lo que más nos preocupa es que además de conseguir arreglar el asiento para regresar al centro de Luang Prabang, necesitamos que no se note el arreglo para la devolución del rodado y la recuperación de nuestros pasaportes. Finalmente y tras darle duro y parejo con la pulidora conseguimos poner el asiento y que quede firme, aunque con diez centímetros menos de caño. Le damos una propina y el joven lo acepta gustoso y mucho más cuando el dueño le hace un gesto para que se la quede. La sonrisa del pibe compensa cualquier cuento del tío que nos hayan podido hacer, seguramente es de sus primeros dineros ganados con el sudor de su frente y puede venir bien para la economía familiar. Lentamente emprendemos la vuelta con la incertidumbre de que vuelva a romperse el asiento.
Ya empieza a caer la tarde y paramos al final del night bazar junto a una plaza en donde hay espectáculos de canto y danza y enfrente se sitúan unos cuantos puestos de venta de sandwiches, jugos de fruta y waffles. Mientras comemos baguettes de pollo, observamos como lentamente decenas de familias van armando los puestos del mercado. Uno a uno van llegando en sus motos con pequeños trailers cargados con mercaderías y con la precisión que dan los años, levantan sus tiendas. Así lo hicieron sus padres, abuelos y bisabuelos, y así lo siguen haciendo ellos.
Rompiendo con nuestra ensoñación comenzamos a pensar en como devolveremos la bicicleta sin que se note el corte del caño. Entonces delineamos un plan. No es que fuera una obra maestra de la inventiva pero sirvió. Esperamos para devolverlas hasta la 20.55 hs. sabiendo que el local cerraba a las 21 hs. Entonces aprovechando la oscuridad de la noche y el apuro de los cansados empleados por irse a sus hogares, logramos dejar las bicis en la puerta junto a muchas otras y lo más importante ¡recuperamos nuestros pasaportes!
Les dejamos la info de cómo llegar de Tailandia a Luang Prabang Laos en Slow Boat de los chicos de La Ruta del Mate ya que nosotros por tiempos hicimos el recorrido en avión.