Enero 2012
Gili Trawangan de día
Salimos de Kuta en una combi y tomamos la ruta en dirección al puerto de Padangbai, lugar de donde salen los barcos y fastboats hacia la islas. Con bastante tráfico nos vamos deslizando entre campos de arroz en donde hombres y mujeres trabajan dando la espalda al sol. Llegamos tras una hora y media de viaje al pequeño puerto con su muelle de madera y su playa angosta con botes amarrados. Nuestro viaje en fast boat es de poco más de una hora por un mar turbulento y azul y a medida que avanzamos vemos playas escondidas entre cerros con hoteles y bungalows. Llegamos a Lombok en donde se bajan no más de seis o siete personas y en unos minutos arrancamos de nuevo. A la izquierda se pueden ver las tres islas Gili, una junto a la otra. La primera, la mas cercana a Lombok es Gili Air, es la mediana, la de al lado es Gili Meno, la mas pequeña y la tercera y última es Gili Trawangan, la más grande y poblada. Estamos hablando de tres islas muy muy chicas, Gili Trawangan se puede recorrer completa a pie en poco más de dos horas.
A medida que el barco se arrima a la costa nos van invadiendo buenas sensaciones. El mar transparente, barcitos con resposeras sobre la playa, bungalows de paja, pequeños barcos con grandes patas como arañas que flotan cerca de la costa, el aroma a la sal, a la tierra y al pescado a la parrilla.
La isla está poblada mayoritariamente en la costa y casi todos los bares y hoteles se encuentran en la orilla que mira hacia Gili Meno. Como no están permitidos los vehículos a motor se utilizan bicicletas y coloridos y ruidosos carritos tirados por caballos. Hay una sola avenida importante que da a la playa y se extiende por unas quince cuadras y solo unas pocas calles que la cortan y se internan en la isla.
Ni bien descendemos del fast boat se nos acercan chicos tarjeta en mano para recomendarnos hoteles. Es amplia la variedad tanto de hoteles como de precios. Entramos en un complejo de cabañas a pocos metros de la costanera, Caro pregunta si tienen pileta, el encargado con su mano le dice «una bien grande», indicando el mar. Reímos por el chiste del hombre, pero seguimos buscando otras opciones. La búsqueda de un hotel con piscina no tiene que ver con que nos volvimos mas exigentes, sino con la probabilidad de que esté muy feo el tiempo y llueva como en Bali. Si llueve y hace calor, la pileta es una mejor opción que el mar.
Caminamos unos cuantos metros y encontramos un hotel que nos gusta, se llama Buddha dive con su pileta en el frente, sillones de madera a los costados, un lobby un tanto rústico y un excelente precio de 15 dólares por el cuarto con baño privado y aire acondicionado, ojo el agua caliente como en casi todos estos lugares brilla por su ausencia, y además el agua tanto de la ducha como del lavabo es salada.
Felices por nuestra adquisición salimos a recorrer la isla mientras en la pileta el instructor de buceo, un brasilero grandote se sumerge junto a varios aprendices. Tomamos hacia la izquierda con el mar a nuestra derecha, de este mismo lado se ubican uno junto a otros bares y restaurantes con sus mesas y sillas sobre la playa. Mientras andamos charlamos con una pareja que también habla español, ella colombiana, él ecuatoriano, se conocieron en Vietnam en donde trabajan como maestros y se hicieron además buenos amigos de unos mendocinos, así que se mueren de ganas viajar a la tierra del sol y del buen vino argentino. Es pasado el mediodía y el aire es distendido, algunos vuelven de sus travesías con patas de rana y tubos de oxígeno al hombro, otros se acuestan al sol a pesar de que está muy fuerte. Un buen número se guarnece debajo de los árboles, en los bares o en pequeños bungalows techados que se ubican sobre la arena y tienen mesitas en donde almorzar.
Finalmente nos ubicamos en un bar con grandes puff y mesitas ratonas sobre la arena. La sombra piadosa de una buena fila de árboles nos protege oportunamente. El mar esta planchado, de un celeste claro en la costa y de un azul oscuro un par de metros mas alla. La brisa es caliente, con olor a agua salada, las nubes parecen pintadas, estáticas. De fondo y como en una letanía que se repite sin parar se escuchan los versos que provienen de la mezquita que está a medio construir y que se mezcla con música más moderna que sale de los parlantes de los bares. Mientras comemos aprovechamos para mirar el paisaje, la costa dorada y verde de Gili Meno se ve claramente, salpicada de pocas casas de madera.
Por el mar navegan pequeños barcos, algunos con enormes patas de hierro que sirven para mantener la navegación en días de mucho oleaje. Por delante nuestro pasa un hombre con todo el cuerpo al rojo vivo, colorado como un camarón. Me provoca escalofríos, no lo puedo evitar. No parece dolerle, pero si tuviera confianza le pondría una remera encima o un poco de crema protectora. No recuerdo una quemada especifica por sol en mi vida, pero sí tengo el recuerdo de haber dormido parado más de una vez cuando era chico. Desde esos tiempos le tengo mucho respeto al sol.
A la tarde nos instalamos en un bungalow con techo de paja y buenos almohadones, ubicados sobre la playa con una vista bárbara y que son gratuitos si se consume algo. Hacemos base ahí, mar, descanso, cerveza helada y el reggae que suena de fondo. En esta parte de la isla se ve poca gente, sólo algunos turistas que pasean despreocupados por la arena. Paz y paisaje maravilloso no solo por las palmeras y el agua de color azul, en donde los botes con patas de araña se mueven lentamente, sino también por la vista de la isla que tenemos enfrente.
Le pedimos a una mujer que nos saque una foto y resulta que es argentina, ¡Estamos por todos lados! Nos cuenta que su marido es futbolista de la primera división de Indonesia y que viven en Yakarta. Una masajeadora indonesa se suma a la charla, maneja bien el inglés y también sabe algo de español e italiano. Nos cuenta que tiene cuatro hijos y que está separada porque su marido era un playboy, ya no quiere saber nada de hombres. Es musulmana pero cada tanto se le anima a un vasito de vino, nos dice con una sonrisa tímida. Una particularidad de la isla es la gran cantidad de gatos que se pueden ver caminando libremente por todos lados. Si bien esto es común en zonas de predominio musulmán, en donde aman a los felinos y los perros no están permitidos, la diferencia es que aquí todos los gatos tienen la cola cortada o partida.
A la mañana siguiente salimos a desayunar, caminamos lentamente absorbiendo el aire cálido de la isla con su compás tranquilo y playero, con gente de aire relajado que carga sus tubos oxígeno para ir a bucear. La brisa mueve las copas de árboles y flamea las palmeras mientras un bote repleto de mercaderías se acerca a la costa y los lugareños comienzan a cargarlas al hombro, son varias las mujeres que con sus largos vestidos y sus pañuelos en la cabeza colaboran con el pesado acarreo.
Luego de caminar un par de cuadras nos detenemos en un bar contra la playa con mesas y sillas de bambú y toldos verdes. Tiene wifi así que mientras desayunamos chequeamos mails y leemos los diarios de Argentina. Hace mucho calor, cada tanto caminamos hacia la orilla y nos sumergimos en el mar, que está de un azul maravilloso y brillante. Con el vientito se mecen rítmicamente los botes que se encuentran atados a una estaca en la arena mientras en el stereo del local suenan clásicos en inglés, Phil Collins, Madonna, Steve Wonders, Sting. A lo lejos puede verse un grupo de buzos aprendices sumergiendose y emergiendo una y otra vez con sus trajes negros y sus pesados tubos de oxígeno. Sin ningún tipo de plan preestablecido, pasamos el día descansando, leyendo, charlando, nadando.
Vamos cambiando de barcito sin brújula, solo siguiendo nuestros gustos e instintos. En uno cualquiera, frente a mí cuelgan pequeños corales y trozos de bambú que suenan cuando la brisa pasa por ellos, mientras espero mi primera cerveza helada del día, Caro con su equipo de snorkel se apresta a explorar ese mar de corales y peces de colores y también quiere ver de cerca las enormes tortugas marinas que aseguran viven por aquí.
Regresa tiempo después feliz por la experiencia, cansada por el esfuerzo y sin haber visto a la mentada tortuga. Pero no se resigna y vuelve al mar esta vez con cámara de video acuática en mano para documentar su imprevisible hallazgo. Al rato vuelve feliz porque pudo ver a la gran tortuga! -¿Que bueno, puedo verla en el video? No, la cámara se me quedó sin memoria. Uhmm, cuántas dudas, la habrá visto de verdad!
Acá intervengo yo, Caro. La tortuga marina existió y la perseguí por las profundidades hasta quedarme sin oxígeno, si hubiera aprendido apnea ¡hasta llegaba a tocarla! Mientras sigo disfrutando del mar me doy cuenta el por qué de la tajante línea azul que divide las aguas en la superficie. Cuando uno se sumerge puede seguir la línea del suelo de arena y de repente una pendiente abrupta me hace pensar que no hay nada más allá, sino un abismo profundo. Esa es la línea entre el celeste y el azul. Dicen que en esa zona, las tortugas de agua aparecen por doquier y es tan normal verlas con tan solo una salida de snorkel que se me pianta un lagrimón por todavía no haber convencido a Machi de hacer el curso de buceo y hacer juntos inmersiones en estos mares increíbles. No bajo los brazos, solo espero poder convencerlo en nuestro próximo destino.
A la mañana siguiente minutos antes de partir hacia Bali, recibimos la buena noticia de que la abuela de Caro salió muy bien de una operación de cadera. Nos tenía muy preocupados, así que respiramos aliviados! Desde el fastboat vemos como la linda Gili Trawangan se hace cada vez mas chiquita en el horizonte, no vamos a olvidar los días pasados allí.
¡Hola! Buenos escritos. ¿Aconsejaste ir a las islas saltando por tu cuenta o usando el servicio turístico ya que soy una mochilera en solitario? En realidad, ya reservé mis boletos