Caro tiene algo especial con los mapas, casi un don, de una sola mirada consigue ubicarse sin importar cuán intrincada sea la red de calles, estaciones de trenes, subtes, buses o lo que sea que aparezca enfrente suyo.
Lo mío es un poco mas complicado, necesito tiempo y concentración. Es más abstracta mi relación con los mapas, como si los viera en 3D, donde primero me pierdo en historias de otros tiempos, luego en vuelos imaginarios, para recién en el tercer intento poner los pies sobre la tierra y concentrarme en la ruta a seguir.En ese lapso Caro ya interpretó el espacio, puso en orden los puntos cardinales y hasta diagramó mentalmente la ruta a seguir teniendo en cuenta tiempo, distancia y lugares imperdibles. No es para nosotros un “lugar común”, decir que hay que perderse por las ciudades sin mapas, de hecho lo hacemos y lo disfrutamos en grande. Pero nuestros mapas siempre vienen con nosotros guardados en algún bolso para no tentarnos, pero al mismo tiempo dándonos esa cuota de seguridad que necesitamos cuando ya cansados de dar vueltas, necesitamos volver a casa.
Los mapas nos producen fascinación, hay días en que es difícil sacarles la vista de encima y más cuando un amigo tiene tremendo mapa colgado en el baño. Nos ocurrió en nuestro último viaje a París en donde nos recibió y alojó nuestro amigo griego Panos, que vive allí hace unos cuantos años. Como en la mayoría de las casas francesas, el inodoro se encuentra en un pequeño cuarto separado del resto del toilette. Allí estaba, colgado de una de las paredes, el colorido planisferio con distancias, banderas y más datos, invitando en ese momento de reflexión a volar con la mente y el espíritu por todo el globo terráqueo.
Son muchas las historias en donde nuestros mapas son los protagonistas, nuestros invaluables compañeros en los lugares que no conocemos, por ejemplo Yangón la capital de Myanmar. Llegamos allí procedentes de Bangkok y con el tiempo justo para conocer la ciudad y luego seguir viaje hasta la zona del lago Inle. Esa mañana nos levantamos temprano para visitar el complejo budista Shwe Dagon, el más importante del país y uno de los más hermosos de todo el sudeste asiático. Que además posee la estupa Shwedagon Paya de cien metros de altura y cubierta de oro y que además aseguran que guarda ocho cabellos de Siddharta Gautama, el fundador del budismo. Al entrar vemos del otro lado un parque extenso con un lago y pasarelas de maderas, mientras caminamos por la calle entre chicos que te venden bolsitas para poner los zapatos, collares de flores y frutas olorosas.
Para llegar hasta el piso principal es necesario subir una serie de escalinatas en donde se pueden ver grabados y pinturas en los techos y negocios de souvenirs a los costados. Al llegar al playón aparece deslumbrante la Shwe Dagon, con sus miles de diamantes en la cúpula. La estupa impacta por su tamaño y el dorado que brilla al sol, a su alrededor se ubican diferentes templos en donde los devotos del budismo comen junto a sus familias o sólo conversan.
Nosotros sacamos muchas fotos pero también son los birmanos los que nos piden sacarse fotos con nosotros. Explorando el complejo se nos pasó el día sin darnos cuenta y salimos apurados, con el tiempo justo, ya que en un par de horas sale nuestro bus a lago Inle. Nos subimos a un taxi blanco y destartalado, casi todos los coches están en ese estado en la ciudad, al mando de un chofer que sonríe nervioso. Le pasamos la dirección de nuestro hotel y a poco de andar nos damos cuenta que está yendo para el lado contrario. Le decimos, le explicamos, le imploramos, pero no entiende. No habla una sola palabra de inglés o español, no conoce la ciudad y nuestro sistema de señas no está teniendo éxito. Cada tanto se mete por callejones destruidos, luego sale a avenidas de tráfico endemoniado, se detiene, piensa, da vueltas en redondo. Caro le muestra nuestro mapa de la ciudad y el chofer lo mira como si se tratara de un antiguo pergamino escrito en copto.
Transpiramos la gota gorda, mientras él llama por celular en busca de alguien que le explique como llegar. Habla en birmano, dobla en U, parece que entendió, pero unas cuadras después enfila para el barrio chino y nos damos cuenta que estamos perdidos de nuevo. Vuelve a llamar, habla y habla. Finalmente Caro se impone, toma las riendas con ímpetu. Con mapa en mano lo dirige sin contemplaciones. Ahora right, ahora left, ahora straight, vamos come on. Logramos llegar con el tiempo, justo, con las remeras empapadas por los nervios y el calor. El chofer, ahora respira aliviado, le pagamos, nos da la mano y nos sonríe con toda la boca. A Caro le sonríe y también a nuestro querido mapa.
¿Qué es Veo Veo?
Es, ante todo, un juego, una excusa para conocer lugares de la mano de otros viajeros, contarnos historias, viajar aunque no tengamos la oportunidad de hacerlo, encontrarnos. Se realiza una vez al mes y las temáticas se eligen en el grupo Veo Veo en Facebook, y por medio del hashtag #VeoVeo en Twitter y otras redes sociales. ¿Querés jugar? ¡Veo veo! ¿Qué ves?
Para! Y cuanto les cobro realmente?? Porque aca en Bs As mas de uno no tendrían drama de cobrarte lo que dice el reloj por mas que los perdidos eran ellos jajaja
Esas «buenas» suertes de los viajes que hacen que te subas a un taxi donde el chofer no conoce la ciudad, que buenas suertes realmente!! De que forma tendrias una anecdota asi para contar el resto de tu vida? 🙂
Y les cobró menos no!? Sólo les faltó agarrar el volante, jajaja!!!
Bienvenidos al Veo Veo, un abrazo!!!!
En esos países ya se arregla el precio antes de salir, así que a pesar de todas las vueltas le pagamos lo que habíamos pagado a la ida por suerte! Gracias por la Bienvenida al #veoveo