Phi Phi: un lugar con playas imperdibles que parecen piscinas naturales en medio de una belleza rústica, entre riscos, palmeras y mochileros.

Nos pasa  a buscar el transfer (viene incluido con la compra del pasaje) por el hotel y salimos hacia el puerto de Ao Nang desde donde nos embarcaremos hacia Phi Phi Don Island. El camión colorido esta a tope de turistas y nos sentamos apretados rodilla con rodilla, pero el viaje es corto y la mañana está soleada y todavía fresca.  Cuando llegamos, como es común en estas tierras, todo es rápido y organizado, nos adhieren un sticker con nuestro lugar de destino en nuestros pechos y nos indican el ferry que debemos tomar. El lugar está abarrotado de gente, pero al mismo tiempo no hay histerias, solo risas y apuros y algún que otro carterazo al pasar. Tres barcos enormes de la compañía  Princess Ao Nang están acomodados uno junto al otro de manera que dependiendo del lugar al que cada turista se dirija puede acceder al cualquiera de ellos. Como a nosotros nos toca el tercero, cruzamos el primero, pasamos por el segundo hasta llegar al nuestro.  Nos instalamos en la parte cubierta del ferry ya que todos los sectores al aire libre se encuentran repletos de ocupantes,  el cielo está despejado, el sol está radiante aunque cada vez calienta más y corre una brisa fresca que cuando arranca el barco se convierte en un viento fuerte que despeina y vuela mas de un sombrero. El paisaje como siempre no deja de asombrarnos, es de tan subyugante belleza que por momentos nos transporta hacia otras dimensiones.  Las aguas color verde transparente, por momentos con manchones esmeraldas,  enormes rocas que como vigías emergen de las aguas como si nada, islas que aparecen y desaparecen detrás de riscos y frondas que luego derraman en playas vírgenes o atestadas de turistas, cada uno puede elegir las que más les guste.A los veinte minutos lentamente nos detenemos a unos cuantos metros de una playita exquisita, con acantilados y lagunas llamada Rai Leh,  la anotamos como cuenta pendiente a visitar en otro viaje.  De allí vemos venir varias long tail con turistas con sus mochilas al hombro y sus caras coloradas. Los que vienen suben al ferry y otros tantos ocupan sus lugares en los botes de nuevo a la isla.Concluido el traspaso seguimos viaje hacia Phi Phi Don y una hora más tarde estamos desembarcando en Ton Sai el único pueblo de la isla, son cerca de las 11 hs y tenemos hasta las 15.30 hs, último  horario de salida de ferrys hacia Ao Nang. Nos lamentamos unos segundos porque nos encantaría quedarnos más tiempo  incluso a dormir pero el cronograma viene ajustado porque queremos pasar la nochebuena en Bangkok y el tiempo nos apremia.

Phi Phi, Tailandia

Phi Phi, Tailandia

Ansiosos, nos lanzamos a recorrer la isla. Como Phuket o Krabi, la distribución de las calles del pueblo no responde a ninguna diagramación preestablecida, como si los primeros pobladores se hubieran ido ubicando a gusto y piacere y luego los caminos se integraran esquivándolos. Ton Sai se ubica en una estrecha franja de tierra que da a dos maravillosas bahías separadas por unos cuantos metros. Todas sus calles son peatonales, la avenida principal un poco más ancha que las otras, recorre toda la costa y de ella se desprenden sinuosas y arboladas callecitas. Un pequeño callejón sin salida puede dar tanto a un resort cinco estrellas como a una casa medio destartalada y con múltiples habitaciones. Como no están permitidos los autos en la isla, las calles están dominadas por las motos, las bicis y los carros, que rápida y peligrosamente andan por todos lados y muchas veces te pasan exageradamente cerca haciendo peligrar tu integridad física.  Caminamos buscando la sombra que los toldos de las tiendas y los árboles de hojas gruesas y anchas como orejas de elefante nos proporcionan, entre carteles que aportan información acerca del camino a seguir en caso de Tsunami, locales de venta de pasajes, hostels, casas de cambio y de venta de lentes. Además del masaje tailandés, los tuc tuc y la  venta de trajes de vestir regenteado sobretodo por hindúes, no nos caben dudas que otra de las pasiones tailandesas es vender lentes.

Giramos en una de las callejuelas que cortan la principal y salimos a la bahía contraria a la que desembarcamos a nuestra llegada.  Se desliza lánguida y dorada desde los riscos cubiertos de vegetación en donde se pueden ver los techos verdes y rojos de los bungalows  de los complejos hoteleros.La playa está sembrada de bonitos bares y restaurantes con sus mesitas bajo sombrillas, muertos de hambre nos sentamos en uno de ellos a comer unos sanguchitos de atún y jugo de naranja. Más allá el mar tranquilo y poco profundo.Por más de cien metros el agua no pasa de las rodillas, así que los que buscan pegarse un chapuzón tienen que caminar un poco. Está tan baja la marea que los long tail y las lanchas que surcan la zona están anclados bastante lejos de la costa.

Phi Phi, Tailandia

Recuperamos fuerzas y emprendemos nuevamente la exploración, nos adentramos por callecitas angostas y encantadoras en donde los transportistas llevan pilas de valijas en sus carros mientras jóvenes con bermudas multicolores los siguen a corta distancia.  En una de las curvas encontramos un sendero escarpado que indica que por allí se puede llegar al punto más alto de la isla. Imaginamos las vistas maravillosas que encontraremos allí y no lo dudamos ni un segundo. Empezamos a subir por empinadas escaleras de piedra, transpirando, jadeando y comprobando que es imperioso que  mejoremos nuestro deteriorado estado físico.  La colina por la que ascendemos está poblada de casas y pequeños departamentos, hoteles y restaurantes que se acomodan como pueden a la sinuosa circunsferencia que les propone la roca. A medida que subimos podemos ver los techos a dos aguas rojos, azules y bordó que emergen entre palmeras y árboles. Llegamos a la cima en donde pagamos unos bath en concepto de entrada a un joven musulmán mientras un pequeño gato blanco con un ojo celeste y el otro marrón oscuro juguetea junto a nosotros. Desde allí se puede optar por tres opciones de recorrido:  el de 1 minuto, el de 5 y el de 40. Elegimos el primero, estamos cortos de tiempo y el calor por momentos se vuelve insoportable. No nos arrepentimos, desde allí la vista es impresionante y se puede ver claramente como las dos bahías orgullosas se dan la espalda.

Phi Phi, Tailandia

Phi Phi donde las bahías se dan la espalda

En medio de la bajada hacemos una parada en un bar hotel muy bonito, con unas vistas impresionantes y unas cervezas bien heladas que nos devuelven el alma al cuerpo. Nos queda 1 hora antes de iniciar la vuelta, así que regresamos a la playa en donde la marea subió solo un poco y el agua que golpea la orilla esta literalmente hirviendo, recién muchos metros mar adentro se empieza a poner un poco mas fresca.

Mientras Caro sigue despuntando el sagrado arte de la natación yo encuentro refugio en un bar de mesitas de madera rústica, sombreado de flores, pido una buena porción de papas fritas, un chopp de cerveza helada y saco uno de los libros que estoy leyendo, “Manual del Caníbal” de Carlos Balmaceda. Pienso que más no se puede pedir.

Phi Phi, Tailandia

Phi Phi, Tailandia

Las islas de Phi Phi aparecen en el imaginario social como uno de los paraísos del mundo. Debemos decir que si no lo es se acerca mucho. Lamentablemente sufrió varios daños durante el tsunami y hay partes de la isla que todavía están recuperándose de la fuerza de la naturaleza. Les recomendamos la lectura del blog de Maru acerca de qué hacer en Koh Phi Phi, está viviendo ahí así que tiene la posta.

Con menos de 20 minutos para la vuelta nos perdemos por unas callecitas repletas de negocios y de turistas de todas partes del mundo intentando llevarnos en nuestros sentidos las últimas impresiones de la isla. A la vuelta descansamos un rato en el hotel, para que nuestra última noche nos encuentre bien despiertos y con pilas para despedirnos de las playas de Tailandia. En nuestra caminata recorremos la costanera pero en sentido contrario a la peatonal,  hacia la parte en donde transitan los autos. Hurgamos en algunos locales de ropa, les aseguramos a los vendedores hindúes que nos encantaría comprarles un traje pero que no podemos y cenamos en uno de los tres restaurantes de comida thai que se ubican uno junto al otro en una especie de mini mercado gastronómico y por fuera del circuito turístico.  El lugar es rústico, con sillas de plástico celeste y manteles de colores estridentes, con margaritas de papel crepe pegadas en las paredes y un aroma a pescado a la parrilla y arroz especiado y cerdo agridulce y maní tostado y cilantro que se despliega mágicamente ante nosotros. Pedimos pescado frito, unos langostinos empanizados y dos cervezas grandes, pagamos 350 bath  (10 usd) con propina incluida. Nuestra última noche en las playas del mar de Andamán nos envuelve en la  nostalgia por la partida, pero también en nervios y expectativas porque al día siguiente parte nuestro vuelo hacia la mítica Bangkok.

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