Una aventura en dos ruedas de Bangkok a Siem Reap. De Tailandia a Camboya. Dos ruedas que no son ni de bicicleta ni de moto. Dos ruedas que se multiplican por cinco y cruzan fronteras inimaginables.

Hay veces en que la vida te da un cachetazo y te despierta a la realidad. “Disfrutá” “valorá lo que tenés” “aprovechá”,  y uno se detiene en seco y se da cuenta que lo que para nosotros es fácil para otros es difícil, lo que para nosotros es difícil para otros es imposible y lo que para nosotros es imposible, para otros es un desafío.

Camino a Angkor Wat: El viaje de Bangkok a Siem Reap fue una verdadera enseñanza, un sentimiento mezcla de admiración, de compasión, de asombro, de solidaridad y un poquito de exasperación también, todo  al mismo tiempo. También fue un ejemplo de vida. Los protagonistas de esta historia son cinco amigos de Lituania: Ausrine, Rasa, Aivaras, Vygintas y Kristina.

De Bangkok a Angkor Wat,

Vamos por partes, compramos los pasajes para Siem Reap, Camboya, en una agencia de turismo en la zona de Khao San road el día anterior. Se puede optar por pagar  300 bath (10 usd) por un minibús hasta la frontera + bus local en Camboya hasta Siem Reap; o 600 bath (20 usd) por persona cambiando el bus local por un taxi para 4 personas (los precios varían bastante de agencia en agencia y esto fue lo más barato que encontramos). Elegimos la segunda opción porque era más segura y además más rápida, sobretodo por las historias de horas de espera en la frontera que nos contaron bloggers y viajeros amigos.

Al otro día salimos temprano y el minibús nos pasó a buscar por la puerta de nuestro guesthouse, el Four Sons Village de la soi Rambuttri. (Hab doble c baño privado 18U$ a/c-wifi y tv) Somos seis en la combi y todavía queda algo de espacio, pero la sorpresa es que unos metros más adelante paramos a buscar más pasajeros, son cinco. Y todos en sillas de ruedas. La primera impresión es fuerte. Quizás uno puede llegar a ver un viajero en silla de ruedas muy de vez en cuando, siempre acompañado por alguien que lo lleva. Ellos son cinco y solos. Todavía asombrados nos apretujamos, entre valijas y sillas de ruedas desarmadas hasta el techo y salimos. Es en estos momentos donde el instinto periodístico empieza a cosquillear. Quiero charlar, hacerles preguntas, saber más de sus vidas y aprender un poco del coraje que tienen para animarse a hacer este tipo de viaje solos y por países lejanos y complicados.

Viajando en silla de ruedas, frontera entre Tailandia y Camboya

La ruta tiene bastante tráfico, pero 3 horas y media después llegamos a la última ciudad de frontera del lado tailandés, frenamos en un bar a la espera de cambiar de movilidad.  Es eso lo que nos dicen, en realidad es la antesala para convencerte de pagar la visa al doble de su precio. La cuestión es que dada la condición de nuestros cinco acompañantes y la necesidad de armar y desarmar sus sillas y demás toda la operación lleva varios minutos.

¿Turismo accesible!

Ya acomodados en el bar, me acerco a la que parece ser la capitana o comandante del grupo, solo tres hablan inglés.Nos presentamos con Machi y le contamos que somos periodistas y que nos gustaría charlar con ellos y hacerles una entrevista. El viajar para las personas con capacidades diferentes es toda una odisea y ellos son un gran ejemplo, son viajeros del corazón.

Son tres mujeres y dos hombres, una pareja de casados y los demás solteros… “en busca”  nos acotan. Ausrine con su pelo rojo furioso es profesora en la Universidad. Su especialidad es enseñar a los estudiantes a manejarse con personas con algún tipo de discapacidad. Según nos cuentan se conocen hace muchos años y todo comenzó  el año pasado cuando decidieron jugarse, desafiar su propio instinto y hacer un viaje de esos que no son cómodos. Aunque para ellos ningún viaje es cómodo. Fueron a Egipto a ver las pirámides y quedaron tan felices con la aventura que decidieron de ahí en más hacer algún viaje exótico juntos, una vez al año. Esta vez tocó Tailandia y Camboya. Y decidieron bien variado: Ciudad, ruinas y playas, así que Bangkok, Angkor Wat y Pattaya. Cuando les contamos que somos argentinos empiezan a charlar en lituano muy alborotados. Ausrine me dice que están planeando su próximo viaje a la Argentina y nos quiere consultar a nosotros sobre las tres cosas más importantes para ellos cuando viajan: Medios de transporte, calles y hoteles. Lo primero que  buscan en la organización previa son los hoteles.  Es lo más difícil, les ha pasado que les prometen rampas o baños y habitaciones amplias sin desniveles y al llegar, nada es como les dijeron. No les importa tanto la calidad, el confort o el servicio. Sólo una buena movilidad. En medio de la charla se acercan dos encargados de la casa de turismo y comienzan con su rutina para vender la Visa paralela: Que la frontera es peligrosa, que la espera es de cinco horas, que los micros que se van, no te esperan y te dejan varado. Con su “extrema bondad” ellos te resuelven la vida y por 40 dólares (legalmente sale 20 dólares)  te consiguen la Visa y con sus contactos fronterizos estás del lado camboyano en cinco minutos. Con Machi ya habíamos arreglado que de ninguna manera íbamos a pagar coima por la Visa así que nuestra respuesta fue instantánea. Entonces los lituanos nos miran sin saber qué hacer “¿Será muy difícil hacerla nosotros mismos?”, nos pregunta Ausrine. Qué contestar frente a una pregunta como esa…pero los aliento, en todo caso los ayudaremos. “No creo” les digo. “Y bueno, vamos a probar, ya que nos gusta la aventura”. Admirable la verdad, en una situación semejante habría elegido la opción más cómoda. Los otros viajeros se suman y somos los once los que les negamos el negocio. Cuando entienden que ninguno de los pasajeros acepta su propuesta  no lo toman nada bien, hablan por  celular  y se los nota enojados, en dos minutos  volvemos a salir en la misma combi, nunca hubo otra.  Y vuelta a desarmar sillas y demás, la fuerza que hacen para acomodarse en sus asientos es impresionante, igualmente nunca pierden ni la alegría ni el buen humor, saben que es complicado pero el premio de viajar lo merece.

La combi pasa por una oficina que dice Consulado de Camboya (esta es la oficina paralela) en donde el chofer le avisa a su contacto allí que esta vez no hay negocio y seguimos unos metros hasta la mitad del puente. El lugar está lleno de camiones y de cantidades de personas que empujan sus carros con kilos de mercaderías que se caen por los costados. El sol despiadado nos hace andar ligero y en caravana con nuestras mochilas a cuestas vamos hasta la oficina de migraciones de Tailandia, no sin antes pasar varios obtáculos y allí rápidamente nos sellan los pasaportes y salimos.

Intentando cruzar la frontera entre Tailandia y Camboya en silla de ruedas

Intentando cruzar la frontera entre Tailandia y Camboya en silla de ruedas

Intentando cruzar la frontera entre Tailandia y Camboya en silla de ruedas

Pasamos el arco que nos despide del país y vemos la figura de Ankor Wat que da la bienvenida al reino de Camboya. Entramos a la oficina de visado camboyano, toda manejada por militares, pagamos 20 dólares cada uno, más un peaje inexplicable de 200 bath, no decimos nada, a esta altura solo queremos llegar. Diez minutos después salimos con nuestra visa y junto con todos los demás caminamos por Poipet, entre casinos y hoteles enormes,  monstruosos, ya nos habían contado que aprovechando las ambiguas leyes de la frontera, allí se realizan todo tipo de ilegalidades.

Nos paramos en una cola en donde finalmente se realiza la entrada al país. Por al lado nuestro, siempre con la fiscalización militar, pasan rápidamente los que pagaron la coima. Igual la cosa no es tan grave, una hora de cola y por fin salimos.  Los cinco amigos en sillas de ruedas sí pudieron pasar más rápido y nos esperan del otro lado.

Nuestro previo pago de servicio de taxi es parte del pasado y el joven que ahora se encarga de la organización no sabe muy bien qué decir.  Finalmente aceptamos seguir en una combi junto a los que a esta altura ya son nuestros amigos en sillas de ruedas. Nuevamente desarmar, subir, luchar, pero siempre con buena onda.  El viaje dura unas dos horas, entre campos pelados y ranchos sumamente humildes, entre gallinas y calderos con fuego. Llegando a Siem Reap, en la curva que se dirige a las ruinas de Angkor Wat se ubica una larga fila de hoteles y resorts con todo el lujo imaginable, junto a ellos calles de tierra y pequeños y humildes mercados de comidas. Poco antes de llegar nos cambian a un tuk tuk hacia nuestro hotel y es allí donde nos despedimos de nuestros amigos.

Unos días después nos volvemos a encontrar por la calles de Siem Reap, están colorados por el día pasado en las ruinas y felices por lo vivido. Nos prometen que nos enviarán una foto de los cinco en Angkor Wat y cumplen con lo dicho. Como les dije al principio, esta es una de esas historias inspiradoras de esfuerzo y superación que te dejan pensando…

 

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