Imposible hablar de la Camboya del presente sin conocer la Camboya del pasado. Indispensable reconocer el valor de las sonrisas del presente sin recordar el genocidio del pasado. Las sociedades que sufren tan terribles sucesos necesitan rearmar su historia, encontrar su identidad, reencontrarse con las cosas buenas de la vida.
Enero 2013
Llegamos a Phnom Penh después de pasar unos días visitando el espléndido complejo de Angkor Wat y alojarnos en Siem Reap, ciudad un tanto artificial que ha crecido al ritmo impuesto por los numerosos visitantes a las ruinas. Se pueden ver enormes resorts junto a calles sin asfaltar y casas que se caen abajo; camionetas 4×4 junto a carros destartalados y motos y bicicletas por miles; la Pub Street ubicada en el corazón de la ciudad es barata para los que tengan dólares pero inaccesible para cualquiera de los que viven allí. Las necesidades de los turistas están cubiertas no así la de los pobladores que trabajan por sueldos mínimos y viven en muy malas condiciones. La venta callejera, los tuk tuk y los niños pidiendo “One dólar” son los grandes protagonistas de la ciudad, no existe cuadra en donde no se los encuentre de a decenas.

Pub Street en Siem Reap, Camboya
La ruta a la capital del país está en buenas condiciones, no así los pueblos rurales y grupos de ranchos que van apareciendo al costado del camino, realmente pobres. Llegamos a Phnom Penh pasadas las cinco horas de viaje y el bus (entre 9 y 13 usd) nos deja enfrente del Nigth Market, desmantelado ya que abre solo fines de semana, por allí casi no se ven edificios más altos que cinco pisos. A pocos metros tenemos la costanera prolija, soleada y con palmeras y más allá el río Tonlé Bassac. Caminamos hasta un bar para reponer fuerzas, a unos metros vemos un populoso mercado en medio de la calle, niños jugando, madres embarazadas, vendedores y por supuesto los choferes de tuk tuk llamándonos una y otra vez. Nos pone felices ver la ciudad con vida, con trabajadores, con personas, con sonrisas. Eso en Phnom Penh no es menor. Cuando los Jemeres Rojos tomaron el poder el 17 de abril de 1975, casi 38 años atrás, iniciaron el año Cero y ordenaron evacuar inmediatamente la ciudad, vaciarla completamente. Decían que la vida urbana era la culpable de todos los males del país, o de la mayoría de ellos, y ordenaron que desde ese momento toda Camboya se convirtiera en rural. Más de 1 millón de personas debió irse con lo puesto en un par de días, no más que eso. Enfermos, ancianos, embarazadas, todos sin excepción, el que no lo hacía se lo asesinaba en el momento. Y así fue que Phnom Penh y las principales ciudades del país se convirtieron en fantasmagóricas urbes sin vida, solo quedaron los cuerpos en las calles de los que no pudieron o no quisieron abandonar a sus familias para siempre. Su nuevo destino serían inciertas granjas colectivas en el lugar del país que los Jemeres Rojos dispusieran, con jornadas de catorce horas de trabajo y un cuenco de arroz como único alimento.
Caminamos por la costanera, las calles que la cortan son numeradas caprichosamente ya que saltan sin ninguna razón. En la calle 130 se agrupan algunos cabarets con sus chicas sentadas en la puerta, la próxima calle es la 136 y luego la 144 con varios hostels a buen precio pero todos completos, pasamos el imponente Wat Ounalom y conseguimos un hotel frente al río a media cuadra de la 178 que es la calle de las galerías de arte, además de más hostels y restaurantes. Estamos a cien metros del Palacio Real que da a la plaza, junto a la Silver Pagoda. Poco más allá se ubica el Museo Nacional.

Palacio Real
Los atardeceres son muy bonitos en la ciudad en donde el sol cae bien anaranjado de espaldas al río que a esta altura se choca con el Mekong. Con la sombra y la brisa la costanera comienza a llenarse de gente, vamos hasta el Palacio Real todo iluminado y no enteramos que en un par de días se realizará un gran evento en la ciudad con motivo de la llegada de las cenizas del rey Norodom Sihanouk quien fuera el propulsor de la independencia de Camboya del imperio francés en 1953 y que murió en el exilio en China en 2012. Este rey también fue el que apoyó a los Jemeres Rojos en sus inicios, pero eso no se emite en la televisión oficial. La plaza huele a incienso, monjes budistas y algunos camboyanos rezan frente a una gigantografía del rey ubicada frente al palacio.

Nueva construcción que albergará las cenizas del Rey Sihanouk
Nos quedamos un rato por allí caminando con una constante que son los niños vendiendo lo que sea o pidiendo un dólar. Luego andamos unos pasos hasta la parte nueva del palacio construida en tiempo récord donde antes había un parque. En esta nueva construcción que según el Phom Penh Post costó cinco millones de dólares (¡las cosas que se podrían hacer aquí con ese dinero!) se alojarán las cenizas del monarca y como explica el diario estuvo plagado de “significativas” irregularidades.
Antes de irnos a dormir nos damos una vuelta por el mítico bar FCC lugar en donde se reunían los periodistas corresponsales durante la guerra civil. Tiene las paredes bañadas de preciosas muestras de fotografía que van cambiando con los meses.
Nuestra agenda va a contramano de la de la mayoría de los turistas que visitan Phnom Penh, recién iremos a conocer Los Campos de la muerte y la prisión de Tuol Sleng más conocida como S21 dentro de dos días. Primero queremos caminar la ciudad, intentar hablar con la gente, conocer su historia, encontrar respuestas a tanta locura interna y también a tanto cinismo externo. En los días siguientes el calor está tremendo y eso que nos dicen que no estamos en la parte más calurosa del año. Igual no nos rendimos, tomamos por Sihanouk boulevard, ancha, cuidada, con flores y múltiples fotos del rey muerto, hasta el Monumento a la Independencia (de la ocupación francesa).
Luego recorremos el barrio BKK1, que tras la caída de los Jemeres Rojos agrupó a la mayoría de las ONG y otras organizaciones para tratar de ayudar a Camboya. Es bonito, de veredas sombreadas, hostels y por supuesto los insoportables tuk tuk.

Wat Phnom
Derecho por Norodom Boulevard se encuentra el Wat Phnom, que a medida que uno se acerca se puede ver en lo alto de la colina y es allí según cuenta la leyenda en donde se fundó la ciudad. Phnom quiere decir colina en Jemer y Penh se llamaba la mujer que lo mandó construir en honor a Buda tras encontrar dentro de un árbol en medio del río tres estatuas de Buda y una de Vishnú, deidad hindú.
Antes del atardecer alcanzamos un barco que hace el paseo de una hora por el río a 5 dólares cada uno. El barco recorre el Tonlé Bassac llega hasta el Mekong y bordea la orilla contraria a la ciudad y luego inicia el regreso.
Frente a la ciudad se puede ver un pequeño pueblo con sus casas construidas sobre el agua y otras en la tierra, pescadores, mujeres y niños, campesinos muy humildes.
Al otro día nos dirigimos al Mercado Central, es enorme, con una cúpula redondeada de la que salen cuatro brazos, bien diseñado y organizado, muy diferente a los otros mercados de la ciudad, los pequeños y populosos de los alrededores o el más importante como el Mercado Ruso: abigarrados, oscuros, de pasillos angostos y techos bajos.
Cuando el calor o el hambre nos detienen por unos momentos, nos sentamos a comer y a tomar algo, mientras leemos sobre la historia reciente de Camboya, nos ayudan los libros de José María Perez Gay “El Príncipe y sus guerrilleros: La destrucción de Camboya”, “Cambodia 1975-1978 Rendezvous with death”, editado por Karl Jackson y “First they killed my father” (Primero mataron a mi padre) de la sobreviviente Loung Ung.
Siempre que podemos intentamos hablar con los camboyanos, una vez traspasada la relación vendedor – cliente son simpáticos, les gusta charlar, conocer extranjeros, sonreír y sobre todo que les saquen fotos. Las noches de Phnom Penh, cuando afloja el calor, se ponen lindas, tranquilas, ideales para cenar en las terrazas de los restaurantes frente al río.
En la segunda parte: recorremos dos de los más importantes centros de exterminio creados por los Jemeres Rojos: Choeung Ek Memorial conocido como The “Killing fields” y Toul Sleng, el S21.