Recorremos en bus las más de cuatro horas que separan San José, la capital, de Puerto Viejo pueblo pesquero que se ubica en la orilla caribeña del país y que desde hace unos años también se ha convertido en paraíso turístico. Tenemos solo un par de días, muy poco para un país como Costa Rica en donde hay tanto para ver. Ya volveremos en otra oportunidad, pero esta vez tenemos que seguir camino hacia Panamá y lamentablemente no nos queda mucho tiempo.
Puerto Viejo tiene calles de tierra, casas de madera, un puñado de bares y restaurantes, pequeños hoteles y casas de hospedajes llamadas cabinas en una españolización de las cabins que en inglés significan cabañas. También mucha vegetación, justamente Costa Rica es uno de los países que mejor trabaja en el mundo en la protección del medio ambiente y eso se nota, todo explota de verde. Mientras buscamos un lugar para dormir pasan junto a nosotros grupos de surfers, rastafaris, hippies y viajeros. Los precios mas baratos para pasar la noche van desde dormir en hamacas bajo las estrellas y alguna ocasional palmera por U$5, hasta habitaciones de veinte a cincuenta dólares en base doble.
Elegimos un cuarto rústico y confortable en un primer piso, a pocos metros del mar, con una muy linda vista entre palmeras. Apurados por salir a conocer el lugar solo le pegamos una rápida ojeada a la habitación. Pequeño/gran error. Al regresar a dormir bien entrada la noche nos damos cuenta que el gran ventanal no tiene vidrio, solo el marco. -Bueno, está todo bien, no debe pasar nada, nos decimos aunque la exuberante vegetación y el murmullo de insectos y animales nos hacen dudar de pasar una noche tranquila. Los mosquitos nos atacan sin piedad y como siempre pasa, el repelente se nos había acabado la noche anterior. El ataque se confirma a las tres o cuatro de la mañana cuando se nos mete en el cuarto un insecto que nos hace saltar de la cama y parapetarnos detrás de nuestras mochilas para planear un plan de acción. Es más grande que uno de esos abejorros negros que a veces se ven en la selva y un poco más chico que un murciélago, da miedo de solo escuchar su zumbido. Ni hablar de verlo de cerca. Luchamos a brazo partido con cuanto elemento encontramos y logramos sacarlo del cuarto. Segundo punto, cómo hacer para que no entre más ni el sus potenciales amigos de la naturaleza. -Hay que tapiar esa ventanos repetimos al unísono. Nos lleva una buena media hora cubrir con toallas, buzos y remeras toda la circunferencia del marco, ahora sí a dormir, pero con un ojo abierto por las dudas. El ojo abierto es el mío, Caro duerme tranquilamente.
A la mañana siguiente nos cambiamos de hotel rápidamente, no tenemos demasiadas exigencias, solo que tengan vidrio las ventanas o en su defecto que no haya ventanas. Después de dar unas vueltas, por suerte nos topamos con el Café Rico, que alguien en algún momento del viaje nos había recomendado. Ubicado en la paralela de la calle principal, además del café que es de lo mejor, se suman los sabrosos desayunos y las cabañas que tienen en alquiler. Todo resuelto, dejamos las mochilas y nos sentamos a comer algo. Además el servicio personal de su dueño Roger, suizo o alemán, es excelente con su amabilidad y generosidad llenando nuestras tazas vacías de forma gratuita.
Tras el desayuno agarramos las bicicletas y el equipo de snorkel (con el alquiler del cuarto están incluidos) y nos ponemos en marcha. Andamos por senderos exquisitos en donde la vegetación manda, desde lo alto de las palmeras los trinos de los pájaros se entremezclan con los gritos de los monos. Cada tanto aparecen caminitos que te conducen a las playas o a pequeñas hosterías. El poder ingresar a las playas libremente sin que las grandes cadenas de hoteles se hayan quedado con todo, es una de las cosas que más disfrutamos de Costa Rica. Vamos camino a Sixaola en un recorrido plagado de buenas y desiertas playas. Dentro de 24 horas tomaremos este mismo camino nuevamente pero para llegar hasta la frontera y cruzar a Panamá. Esta es una frontera muy tranquila, hay que atravesar a pie el puente Internacional que está sobre el río Sixaola y tras hacer los trámites en la aduana Panameña seguir viaje en camioneta hasta Almirante. Desde allí salen botes constantemente hacia Colón la capital de Bocas del Toro.
Seguimos nuestro camino de placer por playas desiertas de arenas gruesas y agrestes en donde el mar se ve azul y turbulento. Pasamos por playa Colcles, playa Chiquita, luego vamos a Punta Uva y Manzanillo. Cada tanto dejamos las bicicletas a un costado y nos ponemos patas de ranas y snorkel y al agua por un buen rato. Ese día el mar estaba un poco turbulento así que no había demasiada visibilidad. Nos pasamos todo el día, pedaleando, nadando, caminando y disfrutando de la naturaleza.
Mientras disfrutábamos de los últimos rayitos de sol se largo la típica lluvia torrencial de los países caribeños, gotas pesadas, fuertes, que caen con todo el peso del cielo. Nos quedaba una hora de bicicleteada de regreso a Puerto Viejo. Nos cobijamos bajo unos árboles y cuando empezó a decaer emprendimos la retirada.
A la vuelta pasando la calle principal de Puerto Viejo aparece una playa de arena oscura conocida como Black beach y mas allá la naturaleza aparece con todo nuevamente, es el parque Nacional Cahuita, un área protegida desde 1970 con bosques, ríos, enorme cantidad de vida animal y en las costas los maravillosos arrecifes de coral con cantidad de peces tropicales.
A la noche vamos a cenar a una parrilla argentina, como siempre nos pasa, cuando llevamos más de dos semanas sin un buen churrasco, sentimos abstinencia cárnica. En la sobremesa nos ponemos a conversar con el dueño que ya se encuentra liberado de lo más pesado del trabajo.
Ya es tarde y son pocas las mesas ocupadas. Con copa de vino en mano nos relata cómo terminó poniendo una parrilla argentina en Costa Rica. Nos habla de cómo perdió todo en la crisis del 2001 y sin trabajo, expectativas ni salida, juntó lo poco que le quedaba del naufragio económico del país y se vino para el paraíso. En cinco años le había ido realmente muy bien, tenía una linda casa, su parrilla y otro negocio más. Parecía buena gente y nos ponía felices que pudiera haber rearmado su vida y la de su familia luego de lo que fue la situación en la Argentina, con la caída de un presidente, decenas de muertos en la Plaza de Mayo y con millones de desocupados que no podían poner un plato de comida en la mesa. Lo que nos hizo sonreir, pagar y salir pensando en que algunos argentinos son incurables fue la frase. “No me puedo quejar, pero si nos hubiésemos instalado en las playas de la costa del Pacífico habríamos ganado mucho más dinero”. Caminando por la playa a oscuras hacia el hotel, disfrutando la belleza de la zona, el aroma de las flores, la limpieza del aire, el silencio y el mar, no podemos dejar de pensar en que hay personas que nada en la vida les alcanza.
Jajajajaja, cedazo! siempre verificar que haya cedazo en las ventanas! Que bello Puerto Viejo.
Gracias por la palabra indicada Arturo! Se ve que es algo que todo viajero que va a Costa Rica debe saber! Vos qué país del mundo andás vos ahora? Saludos Quetzales!