Enero 2006
Copán, La Ceiba, Isla de Roatán, San Pedro Sula y Tegucigalpa
Dejamos atrás Guatemala y cruzamos la frontera hondureña para encontrarnos a tan solo diez kilómetros con las ruinas de Copán, la que fuera una de las más poderosas ciudades mayas hace unos mil años. Paseamos largo rato entre pirámides, estelas y monumentos para luego ir almorzar al bonito pueblo de casitas bajas que se extiende allí cerquita.
Comidos y contentos emprendemos viaje hacia La Ceiba, la tercera ciudad del país: caótica, sucia, descuidada y principal puerto de salida hacia las islas de la bahía.
Al otro día nos tomamos el ferry y dos horas después llegamos a Roatán, tierra de piratas, de misterios, de playas y cocoteros, de corales, de grandes hoteles y también de pobreza y desigualdad de los pobladores de la isla. Roatán es la más grande de las que integran las islas de la bahía, junto con Utila y Guanaja, además de gran cantidad de cayos e islotes. Desde el barco se la puede ver larga y fina en el horizonte. Hasta allí llegó Cristobal Colón en su cuarto viaje en 1502 para que españoles y luego ingleses se alternaran su dominio y esa es una de las razones del por qué en estas islas el idioma inglés está muy extendido, a diferencia del resto de Honduras. Su privilegiada ubicación, sus múltiples riquezas y la exuberancia de su vegetación la convirtieron en tierra propicia para el saqueo, la eliminación de los pueblos que allí habitaban antiguamente y la venta y trata de esclavos. Además de Colón, cientos de corsarios y piratas se encargaron por años de arrasar por todos los medios con cuanto había allí. Los más famosos fueron Henry Morgan y John Coxen, este último además le proporciona el nombre a la capital de la isla. Desembarcamos en Coxen Hole, el agujero del pirata Coxen, en donde hay bancos, restaurantes y demás pero no es el lugar más placentero de la isla para alojarse.
West End, Roatán
Al bajar son numerosos los taxistas que se acercan y arreglamos con uno para que nos lleve al West End a 12 kilómetros de donde estamos, zona de pequeñas hosterías de madera y restaurantes, casitas de colores, callecitas de tierra frente al mar, árboles de papaya y mango, palmeras con cocos, flores violetas y también pequeños muelles de madera que se hunden en el agua transparente. A la noche recorremos encantadores restaurantes, caminamos por la orilla chapoteando en el agua cálida y nos metemos en bares en donde suena reggae y se toma ron con cola y limón y cerveza fría.
West Bay, Roatán
En los dos días siguientes, recorremos la isla, vamos hasta las playas del West Bay, mar cristalino, arena clara y gruesa, palmeras y mayoría de hoteles all inclusive repletos de turistas italianos. Se puede llegar hasta ahí en pequeñas barcazas a motor o caminando por la costa unos 40 minutos desde el West End. Indispensable llevar o alquilar equipo para hacer snorkel en uno de los arrecifes más espléndidos del mundo ubicado a tan solo 30 metros de la costa. La isla es también un gran centro de buceo submarino.
San Pedro Sula
De regreso en la Ceiba nos subimos a un bus que nos llevará a San Pedro Sula, para al día siguiente seguir viaje a la capital Tegucigalpa. San Pedro Sula es la segunda ciudad más importante del país y con uno de los índices de crímenes violentos más altos de todo el continente. Al llegar, tras tres horas de viaje, está anocheciendo así que tomamos un taxi en dirección al hostel que reservamos previamente, nos acompaña un hombre mayor que conocimos en el bus. El chofer maneja rápido por calles atestadas de autos destartalados y puestos de mercaderías hasta nuestro alojamiento. Cuando estamos por bajar se desata un tiroteo justo en la puerta. Quizás se inició adentro mismo del hotel, no lo sabemos. Dos hombres disparan sus escopetas, mientras otro está tirado en el suelo, toda la acción parece que transcurre en camara lenta, nosotros que no emitimos palabra, el taxista que reacciona bien, acelera y nos alejamos rápidamente. El chofer nos lleva a un nuevo hostel no muy lejos del primero, después de lo vivido no estamos muy exigentes. Es limpio y con precio razonable y lo más importante es que nadie se está tiroteando en las cercanías. La cuestión es que no posee restaurante, no hay nada para comer, ni un paquete de papas fritas y nosotros muertos de hambre. La zona en la que estamos tampoco tiene locales comerciales y el conserje nos dice que el lugar para cenar mas cercano está a unas cuantas cuadras y además nos anticipa que toda la zona es muy peligrosa, que si queremos nos pide un taxi. Dudamos, algo tenemos que comer pero ya tuvimos bastante como para alejarnos de noche en una ciudad que no conocemos en manos de un taxista también desconocido. Entonces mientras Caro empieza a ordenar nuestras cosas en la habitación yo me voy a pegar una mirada por las cercanías para ver si encuentro algo. El paisaje es desolador, oscuridad, funciona un solo foco cada varias cuadras, basura por todos lados y perros comiendo de ella. Grupos de hombres que hablan entre sombras y algunas fogatas en medio de la calle. Camino lento, con cuidado, sin llamar la atención y trato de no alejarme demasiado de hotel para no perderme. Cuando estoy a punto de bajar los brazos, encuentro un pequeño local con una sola bombita encendida y dos ollas humeantes. ¡La salvación! Junto a ellas, sentada con cucharón en mano una señora de grandes proporciones revuelve lentamente mientras mira un pequeño televisor. Me da dos humeantes recipientes de plastico con un guiso de pollo, arroz blanco y porotos negros y unas cuantas latas de cerveza. A paso rápido vuelvo para el hotel, comemos en el cuarto, la comida tiene buen sabor y nuestro hambre en ese momento no conoce de sutilezas.
Tegucigalpa
Al otro día salimos para Tegucigalpa. Son cuatro horas de viaje, por rutas en malas condiciones y pequeños y humildes ranchos a cada paso. Cuando estamos a pocos kilómetros, la ciudad aparece y desaparece entre cerros y colinas a medida que nos acercamos. Caminamos por el centro, se puede ver mucha pobreza, con dos ríos que entrecruzan sus cursos, sucios, con basura en sus orillas y vacas pastando tranquilamente. Sobre los ríos, angostos puentes ocupados casi en su totalidad por vendedores ambulantes. Por los los cerros se pueden ver haciendo equilibrio cientos de pequeñas casas muy humildes. Pasamos por la plaza central, no muy lejos se ubica el Estadio Nacional y de allí salen calles y calles repletas de nuevos vendedores.
P]asamos por la Catedral de San Miguel que se encuentra en mal estado y vemos delante de la puerta de bancos y negocios importantes pequeños ejércitos armados hasta los dientes. Guardias privados con armamento pesado que parecen estar a la espera de un inminente golpe comando. Junto a nuestro hotel hay un supermercado, al que entramos para comprar pan y fiambre para los sanguchitos de la tarde. En un momento el chino que está en la caja se nos acerca y nos pregunta si somos de Argentina. Nos dice que nos reconoció por nuestra tonada. Nos cuenta que trabajaba en un supermercado de los miles que la comunidad china maneja en Buenos Aires y que fue víctima de los saqueos del 2001. Recordamos muy bien lo sucedido, fueron días de tremenda angustia en la Argentina. Entonces nos cuenta que tras perderlo todo, vivió en varios países de centroamerica hasta que se instaló en Honduras. Con pesar concluye: “No sé qué va a ser de mi vida, los saqueos del 2001 fueron por un par de días nada mas, aquí me asaltan todos los días desde hace años”.
A la noche vamos a cenar a la zona de restaurantes y hoteles que se ubica en el boulevard Morazán, la mayoría son de comida rápida como Mc Donalds, Dunkin donuts, Pizza Hut y KFC, aunque también hay algunos buenos de comida local. Es una especie de isla repleta de guardias y policías en una ciudad con muchos problemas que nadie resuelve.
Mientras comemos en un restaurante de comida hondureña reflexionamos sobre lo que le pasó a este hermoso país en los últimos 150 años. De la gloriosa gesta de 1855 cuando el general Xatruch encabezó la coalición centroamericana que evitó la invasión de soldados sureños y esclavistas de Estados Unidos, que envalentonados con la anexión de Texas intentaron conquistar la región. Aún hoy los hondureños llevan con orgullo el apodo de catrachos en honor a Xatruch. Hasta la dura actualidad en donde el Comisionado Nacional de los Derechos humanos de Honduras, anunció que cada 87 minutos muere una persona víctima de las armas de fuego y que entre los años 2010 y 2012 murieron más de 20 mil personas de muerte violenta. Ha pasado mucha agua bajo el puente. Pasaron los golpes de estado; las compañías bananeras explotadoras norteamericanas como la United Fruit Company, Standard Fruit Company y otras; los operativos de los contras contra el gobierno sandinista en Nicaragua que guerreaban del lado hondureño; dictaduras de todo tipo; las políticas neoliberales de los noventa que destrozaron la economía; los poderes concentrados de las diez o quince familias que manejan el país y hacen que el ochenta por ciento de la gente viva en la pobreza; el golpe al presidente Zelaya del 2009; los cárteles de la droga y la venta de armas; las maras; las bases estadounidenses y seguramente mucho más. Ojalá que por la calidad de su gente y la belleza de su país los catrachos puedan salir adelante.