Junio 2013
París es una ciudad romántica y misteriosa y no hay lugar en donde no surja una historia alucinante. En la plaza de la Concordia lo primero que se nos viene a la cabeza es la Revolución francesa.
Eric Hobsbawm en “Los ecos de la Marsellesa” afirma
“La revolución francesa dominó la historia, el lenguaje y el simbolismo de la política occidental desde su comienzo hasta el período posterior a la Primera Guerra Mundial…”.
Solo con ver el gorro frigio símbolo de la libertad y el republicanismo en escudos, monedas y representaciones de Argentina, Colombia, Bolivia, Estados Unidos, México, el Salvador y otros estados, podemos comprender lo que significaron los ideales de la revolución francesa de Libertad, Igualdad y Fraternidad, al otro lado del Atlántico.
La plaza de la Concordia es un lugar con una historia fascinante. A un lado se pueden ver los campos Elíseos, detrás nuestro el Sena y a un costado el gran museo de la Orangerie.

Río Sena en Paris
Antes de la revolución se llamaba plaza Luis XV, construida por este mismo monarca y con su propia estatua ecuestre en el centro, para festejar su recuperación luego de una grave enfermedad. Todo muy egocéntrico. La revolución francesa fue hija de siglos de injusticias, de hambre y guerras, de falta de libertad; de nobles ricos y un clero intolerante; de poderosos que no entendieron la magnitud de lo que estaba por ocurrir hasta que fue demasiado tarde; fue la fuerza de esa incipiente burguesía que crecía sintiendo que había muchas cosas que ya no quería soportar, unida a la desesperación de los sectores más pobres de las ciudades y el campo que no tenían nada que perder y sí mucho por ganar. La revolución estalló el 14 de julio de 1789 con la famosa toma de la Bastilla por el pueblo, la cárcel que el rey

Columna de Julio, Paris, Francia
Luis XVI (nieto de Luis XV) utilizaba regularmente para encarcelar a todo el que tuviera algo que decir en su contra. Era tanto el odio acumulado, que la fortaleza fue demolida y no quedó ni una piedra en pie, en su lugar descansa la columna de Julio, a unos minutos de donde estamos.
Para 1792 el curso de la revolución se había vuelto más violento todavía y la plaza Luis XV ya no se llamaba así, el rey había muerto hacía tiempo y su escultura ecuestre derrumbada para colocar en el lugar una guillotina. La plaza bautizada como de la Revolución era el centro público en donde todo el mundo podía asistir para escuchar proclamas y también para ver quién sería el próximo en perder la cabeza. Los nobles iban a entender de una buena vez que los tiempos habían cambiado. Luis XVI perdió su real cabeza bajo la cuchilla, lo mismo su esposa María Antonieta y otras 1200 personas más. Como una triste ironía del destino, hasta Dantón el moderado y Robespierre el extremista, líderes de la revolución sintieron en sus cuellos el filoso acero también. En 1795 meses después de la muerte de Robespierre el Directorio intentará dar un nuevo rumbo a la República, aunque utilizando la guillotina a buen ritmo por las dudas. Recién en 1799 con la llegada de Napoleón Bonaparte al poder y su serie de reformas se dará por concluida la revolución para dar paso a la era napoleónica.
Con el fin de la guerra civil, la plaza de la Revolución recibió un nuevo nombre, plaza De la Concordia (Place de la Concorde), que posee hasta hoy, como una manera de aquietar las aguas entre revolucionarios y monárquicos.

Columna de Julio y Plaza de la Bastilla, Paris, Francia

Plaza de la Concordia, Paris, Francia

Machi en Plaza de la Concordia y Obelisco egipcio, Paris, Francia
Actualmente ya no existen ni el monumento ecuestre, ni la guillotina, hay una bella fuente, pero lo que más llama la atención es el obelisco egipcio. Es el monumento más antiguo de todo París y fue traído directamente desde el país de las pirámides hace casi doscientos años. Impresiona verlo allí, cuenta con más de tres mil años de antigüedad, mide más de veinticinco metros y pesa más de 200 toneladas. Las preguntas se agolpan: ¿Cómo lo transportaron? ¿Por qué lo instalaron justo aquí? Y de a poco todas las preguntas van teniendo su respuesta. El monumental obelisco lo mandó construir Ramsés II uno de los faraones más poderosos de la historia de Egipto. Por siglos esta torre de granito estuvo a las puertas del templo de Luxor, junto a su gemelo, otro impresionante obelisco (que sigue custodiando en solitario el templo). Fue Jean Francois Champollion, el famoso egiptólogo, quién convenció a Mehemet Alí, virrey de Egipto para que lo “donara” a Francia en 1830. Van las comillas porque resulta de lo más extraña esta donación y hay muchas discusiones acerca de esto. Más allá de ello, Champollion amaba la cultura egipcia y era un experto en la materia. El rey Luis Felipe I decidió que la plaza de la Concordia sería el lugar ideal para colocarlo ya que el obelisco no tenía ninguna connotación ni con la monarquía, ni con la revolución, ni con la religión cristiana, tres temas que seguían siendo muy controversiales. Con lo que sí tiene relación este obelisco es con los ritos milenarios, las sociedades secretas y los rituales de iniciación. El obelisco fue levantado en el lugar en donde lo vemos el 25 de octubre de 1836, tras varios años en donde se pueden contar una impresionante travesía en barco por el Mediterráneo y múltiples inconvenientes al tratar con una escultura de tal tamaño y peso.

Plaza de la Concordia y obelisco egipcio, Paris, Francia
La pasión francesa por la cultura egipcia se convirtió en furor con la campaña de Napoleón en 1798. Los ecos de la revolución se iban apagando para dar paso a una nueva etapa en donde la estrella de Napoleón se elevaría hasta lo más alto no solo de Francia sino también del mundo. Su idea era conquistar Egipto (gobernado por el imperio turco) para cortar las líneas de aprovisionamiento del Reino Unido con India, principal enemigo francés. Entonces preparó un ejército que se estima en cuarenta mil hombres y además llevó con él unos ciento setenta científicos que tendrían la misión de investigar la cultura egipcia. En la campaña, la suerte de Napoleón fue dispar porque consiguió vencer a los Mamelucos (guerreros que luchaban con los turcos) y conquistar Egipto, pero el británico almirante Nelson destruyó toda la flota francesa y los dejó incomunicados al otro lado del Mediterráneo.
Más allá de esto, Egipto marcaría la vida de Napoleón. Fue el 12 de agosto de 1799 cuando decidió pasar una noche solo en la Gran pirámide de Guiza, en la cámara del rey, hoy la más antigua de las 7 maravillas del mundo. Lo que hizo allí y por qué lo hizo sigue siendo un enigma. Napoleón nunca se lo dijo a nadie, ni a sus más cercanos colaboradores. Lo que nadie duda es que se trató de una jornada mística en el silencio estremecedor de esas paredes milenarias, solo habitadas por almas del pasado. Javier Sierra en sus novelas “El secreto egipcio de Napoleón” y “La pirámide inmortal”, arriesga que Napoleón realizó un ritual de iniciación en busca de la inmortalidad.
Al salir de la plaza de la Concordia, caminamos por la famosa avenida Champs Elysées camino al arco del Triunfo, ícono emblemático de París. El nombre campos Elíseos en este caso, no remite a la cultura egipcia, sino a la griega. A los campos Elíseos iban las almas consideradas virtuosas tras el juicio en el Hades, el inframundo de la mitología griega. En esta primera parte vemos jardines y zonas arboladas de donde emergen palacios y teatros. Al cruzar la avenida Matignon, comienza la parte más conocida mundialmente, con tiendas de ropa de famosísimas marcas, de perfumes, hoteles, restaurantes y bares con sus sillas que miran a la calle, nunca de espaldas, porque en París hay que mirar y mirarse.

Avenida Champs Elysées, Paris, Francia

Caro en Avenida Champs Elysees, Paris, Francia
Al final vemos el Arco del triunfo en medio de un remolino de autos. Lo mandó construir Napoleón tras una de sus victorias más legendarias, la de la batalla de Austerlitz en donde venció a las tropas combinadas de los imperios rusos y austríacos.

Arco del triunfo, Paris, Francia

Machi en el Arco del triunfo, Paris, Francia

Arco del triunfo desde la Torre Eiffel, Paris, Francia
Son las seis de la tarde y estamos en camino a la casa de unos amigos que nos invitaron a cenar, una pareja de un mexicano y una sevillana que viven hace años en París. Como queda cerca pasamos por el Louvre que comienza a encender sus luces. Ese antiguo palacio real que hoy guarda una de las colecciones más amplias y hermosas del arte mundial siempre nos llama, con su voz de sirena. En el centro de una amplia explanada emerge como si viniera del centro de la tierra, una pirámide de vidrio. Otra vez Egipto en París. Y para no dejar dudas, la explanada se llama Cour Napoleón, el patio de Napoleón. Y no es la única pirámide que llama la atención, también está la invertida dentro mismo del museo. La pirámide que según Michael Langdon en el Código Da Vinci, la novela de Dan Brown, indica con su punta hacia el suelo, dónde se encuentra el Santo Grial. Que no sería precisamente un cáliz, sino la tumba de María Magdalena, la esposa de Jesús, con quien habría tenido una hija, extendiendo su linaje hasta nuestros días.

Pirámide del Louvre, Cour de Napoleon, Paris, Francia

Caro y Machi en pirámide del Louvre, Paris, Francia

Louvre y piramide del Louvre, Paris, Francia
Ficción o realidad, la vida no es vida sin los misterios.