“El cliente siempre tiene la razón” es una frase conocida, difundida y también bastante bastardeada con el paso de los años. Pero en China se ha convertido en exactamente lo opuesto. El cliente nunca, pero nunca, tiene la razón.
(Beijing, China: Parte 1)
No importa que haya pedido pulpo y le traigan pescado, o que la pizza venga con ketchup en vez de salsa de tomate, tampoco si reservó habitación y hasta pagó la seña por adelantado, ni si se le inunda el cuarto cuando se baña o si en los bares le aseguran que funciona el wifi y una vez que pidió, se entera que no era cierto; ni siquiera si el tren que lo tenía que llevar en 24 horas a algún lado, se tomó sus 43 largas, terribles, insufribles horas.

Grupo de adolescentes que volvían de un campamento que estaban en nuestro mismo vagón. Tren Guilin a Chendú, China.

Pedimos octopus, que en español es pulpo…nos trajeron un pescado frito. Cuando le consultamos hasta buscaron en el diccionario del celular. Se ve que el que tradujo la carta no se tomó mucha molestia. Shanghai, China

En el mismo restaurant…estábamos felices con un puré de papas. No lo habíamos visto en ningún restaurant de China. Esta fue nuestra sorpresa. Shanghai, China.

En el mismo restaurant…estábamos felices con un puré de papas. No lo habíamos visto en ningún restaurant de China. Esta fue nuestra sorpresa. Shanghai, China
No sólo es el muro infranqueable que supone el idioma, en China nadie y cuando uno dice nadie es prácticamente nadie, habla otro idioma que no sea el propio. Tampoco los números, que no se representan mostrando la cantidad con los dedos como en nuestra parte del mundo y menos aún la gestualidad corporal, muy diferente a la de ellos. Es simplemente así, pase lo que pase el cliente nunca tendrá razón, por lo menos el cliente extranjero. No vayan a creer que no la pasamos bien en China, de hecho disfrutamos mucho nuestros días en este inmenso, antiguo, incomparable país… A pesar de esto.

Menú en restaurant de Xian. Para elegir un plato conviene mirar la cocina o los platos de mesas cercanas y señalar. Y también aprenderse a pedir en chino «no picante»: bu jao la. Xian, China
China es movimiento, pura acción, no hay tiempo para delicadeces, ni matices, todo es blanco o negro, si no se avanza se retrocede, es mucha la vorágine, demasiado el apuro, tanto que no hay tiempo para esperar en las colas de buses o subtes, te pasan por encima como si no estuvieras; o que termines de comer, en cuanto dejás de pedir, te entregan la cuenta con cara de “no me ocupes el lugar”; ni siquiera para darte el vuelto en la mano cuando comprás algo, simplemente te lo arrojan sobre el mostrador.
El envión del crecimiento de los últimos años es como un enorme tractor que empuja y empuja con todo para bien y para mal. No es un cuento que se levantan nuevas ciudades en un puñado de meses, en realidad miles de edificios, sin gracia ni estilo, además de poca planificación y a costa de tirar abajo lo que se interponga en el camino. Fueron tantos los años de una austeridad rayana en la miseria bajo la batuta de Mao que ahora todo el mundo quiere subirse al tren de la abundancia, quizás por miedo a no saber si queda demasiado lugar en él o si durará mucho tiempo. Es lógico y está bien ¿A quién le gusta pasar hambre, frío o vivir en las peores condiciones y encima sin poder quejarse o poder cambiar algo? Cuenta Paul Theroux en su libro “En el gallo de hierro” cómo eran perseguidos los que tuvieran alguna disidencia con el régimen comunista. Mao los había catalogado como los Nueve Indeseables o Ancianos fétidos: Terratientes, Granjeros ricos, Derechistas, Contrarevolucionarios, Traidores, Malas influencias, Espías, Intelectuales y Explotadores capitalistas. En una palabra, cualquiera podía caer en alguna de las categorías. Si por esas cosas zafabas de todas, al emitir algún comentario crítico te volvías seguramente una Mala Influencia y por eso perseguido, encarcelado o algo peor.
Enfilamos hacia la capital Beijing cuando hacen ya veinte días que estamos dando vueltas por el país. Para llegar allí desde Pingyao, antiguo pueblo con sus murallas muy bien conservadas, nuestro camino nos impone una gran cantidad de postas que tenemos que cumplir con cronómetro en mano. Además de subirnos a una variedad de transportes que incluye: trencito eléctrico desde la ciudad amurallada hasta la estación de buses, bus de dos horas a la ciudad de Taiyuan (único lugar en donde conseguimos tickets para el tren Bala), taxi hasta la estación de trenes, nueva y moderna. Allí espera de una hora y a subirse al tren Bala, cómodo y rapidísimo, se desplaza a más de 300 km. por hora. Y en tres horas de viaje llegamos a Beijing, la que llamábamos Pekín cuando éramos chicos…Que dicho sea de paso en todos nuestros días no vimos ni un sólo perro pekinés o beijines en toda la ciudad.

Oficina de compra de pasajes de tren en Xian. Lo aconsejable es pedir a locales que te escriban en un papel en chino el billete que querés comprar. Y llevar muchas opciones porque lo normal es que se hayan acabado los tickets si se compra con poca anticipación. Pingyao, China
Nos bajamos en la caótica estación de Beijing, pero todavía estamos bastante lejos de haber llegado a destino. Nos alojamos en el barrio Dongcheng Norte, en las cercanías de la Torre del Tambor. También son buenos lugares para alojarse Dongcheng Central, en las inmediaciones de la Ciudad Prohibida y Dongcheng Sur, a pocos minutos del Templo del Cielo. Encontrar la parada del bus 9 nos lleva un buen rato y cuando preguntamos invariablemente siempre ocurren dos cosas en China: La mayoría de las veces la persona no sabe la respuesta (aunque estemos enfrente del lugar); o se arma un debate en donde cada vez se suma más gente a dar su opinión y la mitad dice una cosa y la otra mitad sugiere lo opuesto. Lo más gracioso de todo es que nosotros deprimidos terminamos abandonando a la pequeña multitud, que sigue entusiasmada con su charla/debate. ¿De qué estarán hablando? nos preguntamos…no pueden seguir debatiendo por la calle que preguntamos o el bus que necesitamos… Aseguran los expertos que en China es como en el periodismo: hay que tener tres fuentes que aseguren lo mismo para confirmar la información.
Finalmente encontramos el bus que nos deja en la puerta del subte, siete estaciones más tarde estamos en las inmediaciones de nuestro hotel, hacen 35° y transpiramos la gota gorda al entrar al Beijing Home hostel. Para resumir la situación: nosotros que estamos muertos de cansancio y con una reserva ya paga y ellos que sobrevendieron las habitaciones y no tienen lugar. Más bien, sólo uno que sacan de la galera, el cuarto del conserje, una cama marinera, con su ropa y sus cosas apiladas por todos lados, olor a cigarrillo y un baño viejo con dos palanganas con ropa sucia y olor a cañerías. ¿Qué decir? ¿Salir corriendo? ¿A dónde? Es sábado y en Beijing casi que no hay lugar en ningún lado y encima tampoco hay fuerzas. Para colmo tenemos que regatear el precio, porque el muy caradura lejos de aceptar su error nos quiere cobrar su cuarto a precio de enemigo. La lucha es encarnizada pero conseguimos bajar el precio y aguantar hasta el día siguiente.
Para evitar al máximo nuestro contacto con la habitación nos vamos hasta la calle Nanluoguxiang, una peatonal repleta de negocios, vendedores de chucherías, algunos hoteles y un millón de personas caminando, comiendo helados y tomando jugos. Las calles que la cortan todavía mantienen su estilo y sus tradiciones, con sus casas medio destartaladas, ancianas sentadas en la vereda charlando, otros jugando a las cartas por dinero; motos y carros viejos apoyados en los árboles y algunos chiringuitos iluminados solo por una tenue lamparita. Cada tanto se escucha algún siseo en la oscuridad y un ratón sale corriendo para meterse en algún hueco en la pared.
Son los llamados Hutongs que han desaparecido en otras partes de la ciudad, pero que aquí resisten estoicamente, y no se sabe por cuanto tiempo, el paso de las topadoras para la construcción de nuevos complejos de edificios. Ya en la penumbra de nuestro cuarto, bah, el cuarto del conserje, uno arriba, el otro abajo en la dos camas marineras, nos miramos y ambos sabemos lo que estamos pensando: “¿Será posible que en China el cliente nunca tenga la razón?¨
Para leer la segunda parte de esta nota: Beijing, Historias de la Plaza de Tiananmen
¿Querés seguir ruta después de Beijing? No te pierdas la nota de Vero que te cuenta qué ver en Shanghai
Chicos!, es re común lo que dicen de las traducciones. Si pueden ver, la carta en inglés está llena de errores de ortografía (he visto lo mismo en museos y centros turísticos). Eso hay que verlo en el contexto socieducativo de China, y las formas de acceder al uso del idioma inglés. Ahora muchos lo estudian, pero se debe haber hecho «masivo» (es decir, al alcance de la clase media, entonces no tan masivo) a partir de los noventas. Y digo de la clase media, porque los adultos no se van a poner a estudiar inglés, si no lo necesitan por algo pragmático: van a invertir todo en profes privados para enseñarles inglés a los hijos y ayudarlos a pasar el examen de acceso a la universidad. Antes de los ochenta, era muy difícil poder estudiar inglés, casi la única forma que había de dominarlo era a través de la licenciatura en inglés en la universidad o alguna carrera universitaria (comercio exterior) que incluyera algo de este idioma. La conclusión es que al tipo del restaurante se le va a hacer re-difícil encontrar alguien que sepa hablar más o menos inglés y pueda traducir la carta (se imaginan que tampoco le va a querer pagar mucho, capaz que tomó algún estudiante o alguien que zapateara el idioma). Pero lo que les pasó es re-cómico: el pescado que les trajeron fue congrio (o algo parecido). En Chino, congrio se dice «pez cinta», mientras que pulpo se dice «pez de las ocho cintas». Tan errado no estaba el pobre. «Pez cinta»: 带鱼, «Pez de las ocho cintas»: 八带鱼.
Gracias por el aporte Fer! Sos toda una experta en China. Obviamente que exageramos en que nadie habla chino. Los chicos, adolescentes y jóvenes eran las mejores fuentes de información y a quienes nos acercábamos para preguntar. En las 43 de tren de Guilin a Chengdú tuve curso acelerado de chino con un nene de 12 años que sabía más de Argentina que varios. Ahí fue donde aprendimos también a hacer los números con la mano y que nos resultó de gran utilidad. Ja, pobres, no sabés la cara de los que nos atendían cuando les decíamos que eso no nos parecía pulpo y ellos aseguraban que sí!
O lo más probable es que se haya puesto el mismo con la maquinita traductora…
Muy divertido el relato, aunque seguro que durante el viaje os reinaría en muchas ocasiones el nerviosismo y el desconcierto. Después de haber sobrevivido a India, creo que me apetece mucho China, al menos en India el inglés era bastante habitual entre sus habitantes, pero aquí en China incluso es aún más complicado por el desconocimiento del mismo, menuda aventura 🙂
Hola, que agradable leer sus anécdotas de viaje y recordar las propias, comparar las semejanzas, tienen mucha razón en China es muy difícil lograr que alguien en la calle te informe con precisión de lo que se está buscando, la principal barrera es el idioma como comentas casi nadie habla inglés y lo otro en lo personal, creo que hace falta mucha educación, así le enseñes una fotografía de lo que estás buscando y estés a poca distancia, simplemente no te quieren colaborar pasa con mucha frecuencia con la gente en la calle.
Muy distinto si cuentas con la recepción de gente local (coma la tuvimos mi amigo y yo) en este caso la situación es muy diferente, y son en realidad excelentes anfitriones y se esmeran bastante por tu comodidad y bienestar.
La gastronomía china es muy variada y a nuestro gusto muy buena, dejando de lado el picante porque les gusta demasiado, acá entra en juego hasta donde estás dispuesto a probar toda la excentricidad de sus comidas.
Adentrarse a su cultura es fascinante, son muchos años de historia, costumbres muy diferentes a las nuestras y esto es lo que disfrutas cuando viajas en busca de nuevas experiencias.
Saludos con cariño desde Colombia.
Mi experiencia con la comida en Beijing era de sorprenderme con lo que me tocaba! Ya tenía asumido que nunca iba a poder saber que era lo que pedía… Y como todo era nuevo, les diré que no cambiaba mucho comer una cosa u otra! 🙂