La playa de Ao Nang se ubica en la provincia de Krabi, cruzando el maravilloso mar de Andamán, justo enfrente de la isla de Phuket.
Bien temprano y a horario nuevamente, una combi gris metalizada último modelo nos pasa a buscar por la puerta del hotel y minutos después nos deposita en el puerto de Phuket. Con nuestros pasajes comprados el día anterior, nos tomaremos uno de los enormes ferrys que salen diariamente hacia las playas de Ao Nang y a una gran variedad de destinos como Krabi capital, las playas de Ko Lanta, Ko Rai Leh y las famosas islas de Ko Phi Phi, entre otros. Caminamos por el muelle entre miles de personas que trajinan con bolsos y niños y cámaras de fotos y viseras multicolores y lentes Rayban con patillas de diseño, recién comprados por dos dólares. Ante tamaña explosión de turistas, el desafío de los organizadores es que el lugar no se convierta en un caos y ciertamente lo logran. Todo está ordenado de una forma inimaginable, presentamos nuestros pasajes al personal fácilmente reconocible por sus uniformes, nos pegan un sticker en nuestro pecho con el lugar de destino al que nos dirigimos y listo.
Lentamente pero sin detenernos, subimos al Ao Nang Princess que ya esta repleto de pasajeros, la gran mayoría se ubica en la parte de arriba para disfrutar del sol y el viento cálido que comienza a pegarnos en el rostro ni bien arrancamos. El ferry avanza rápido dejando sus estela blanca entre embarcaciones de todo tipo, pequeñas islas y peñascos que emergen entre las olas. En el viaje que dura poco más de 1 hora conversamos con un italiano que nos hace surgir ciertas dudas acerca de si nuestra mejor opción es alojarnos en Ao Nang o dirigirnos a otra de las playas de Krabi. Finalmente decidimos seguir con el plan que teníamos trazado de antemano.

Tailandia, de Phuket a Krabi
En los viajes en donde uno tiene cierta flexibilidad en su itinerario es importante y hasta imprescindible estar atento al consejo de otros, ya que pueden surgir experiencias extraordinarias que en un principio no conocíamos o no habíamos marcado como prioritarias. Igualmente hay que tener en cuenta también que las opiniones de otros son siempre subjetivas, así que lo recomendable es: por un lado conocer los fundamentos de esa opinión y por el otro haber realizado o realizar si es posible, una investigación que ratifique o rectifique lo dicho. Las expectativas y necesidades de cada viajero son diferentes y lo que a uno le fascinó a otro puede no gustarle tanto. Al llegar al puerto unos cuantos taxistas se abalanzan sobre nosotros aprovechando el desconocimiento que generalmente tienen los turistas acerca de que el ticket del ferry incluye el traslado gratuito a la ciudad de Ao Nang. Como estábamos avisados, preguntamos donde tomar el bus y nos indican que unos metros mas allá, lugar en donde se encuentra estacionado un camioncito colorido abierto en la caja trasera.
En minutos arrancamos y lentamente nos deslizamos por la calle de la costanera que a esta hora tiene poco movimiento. Vemos playas angostas a nuestra derecha y del otro lado algunos hotelitos y negocios de ropa, a medida que vamos llegando al centro de la ciudad, las playas se van haciendo más anchas, aparecen restaurantes de comida tailandesa y de pizza y pasta italiana, puestos de venta de waffles con Nutella y bares con toldos a rayas, ubicados de cara al mar. La ciudad es totalmente diferente a Patong Beach y su enmarañada y bulliciosa geografía. Ao Nang se desliza lánguidamente desde las escarpadas laderas del Parque Nacional Marítimo, con su avenida costanera que la recorre por completo y la avenida principal que la surca por su centro.
Para los vehículos la costanera termina en la avenida principal que se interna en la ciudad en una calle de doble mano con hoteles, resorts, hostels, restaurantes, cafeterías y sastrerías comandadas por simpáticos hindúes que desde la puerta de sus locales te invitan a pasar, siempre con buen humor. Uno de ellos cuando nos reconoce como argentinos, no para de decirnos Messi – Messi con sonrisa pícara. A los hindúes se les da mut fácil hablar español e intentan en todo momento practicar las palabras que conocen apenas escuchan nuestro idioma. El clima de la ciudad es muy tranquilo, las playas poco pobladas, con familias con sus niños y parejas que pasean despreocupadamente, algún que otro tuc tuc y a lo lejos monos, muchos monos.
Justamente en la intersección entre la costanera y la calle principal es en donde nos bajamos de la camioneta. Como siempre cuando viajamos, tenemos tres o cuatro opciones de alojamiento pero nos gusta ver en el lugar, cuál de ellas nos convence más. Caminamos por la avenida principal y a unos 200 metros ascendemos una calle empinada en la que se ubican varios hostels. Los visitamos, preguntamos precio, comparamos y finalmente nos quedamos con JMansion, pequeño y limpio con unas cuantas mesitas en la entrada. Nuestro cuarto es amplio y luminoso, con aire acondicionado, heladerita, servicio de Wi Fi y baño privado a 800 bath (unos 25 dólares) por día. Regla básica, siempre quitarse los zapatos antes de entrar. Nos costó un tiempo deshacernos de nuestra desconfianza latina de sospechar que nuestros zapatos serían tomados por los amantes de lo ajeno, pero en Tailandia nos fuimos haciendo la idea que la idiosincracia asiática no pega bien con esas malas costumbres. Apresuradamente dejamos equipaje y demás sobre la cama, agarramos nuestra cámara, el Ipad y salimos a explorar la ciudad.
Regresamos por la calle principal hasta la costa, miramos el mar calmo y claro y la playa a la que se accede descendiendo una escalera de piedra. Doblamos a la izquierda y seguimos por la parte peatonal de la costanera, sombreada con árboles y palmeras, en donde se respira paz, con hoteles con mesas en el frente, bares y restaurantes y colgantes de colores. La playa es amplia y la arena clara, no tiene servicio de sombrillas ni reposeras, los turistas que a esta hora se le atreven al sol, se recuestan en sus lonas o esterillas o se protegen debajo de una espesa arboleda que da una sombra fresca en un día que se pone cada vez más caluroso. Recorremos los trescientos metros de la peatonal hasta una entrada de ladrillos y techo de hojas de palmera, con un cartel que dice «The last fisherman» bar. Traspasamos la entrada e ingresamos en una especie de bar–spa al aire libre.
Debajo de árboles frondosos, añosos y de troncos retorcidos que dan buena sombra se ubican mesas, sillas y reposeras, del otro lado cabañas sin puertas y con sus pisos acolchados en donde se ofrece masaje tailandés. Las cabañas están numeradas del 1 al 20 y tienen en su frente carteles con gran variedad de servicios y sus precios respectivos. En el frente de las cabañas cuelgan banderas tailandesas y las de sus clientes más numerosos: suecas, noruegas, inglesas y australianas. Mientras caminamos por el sendero, charlamos divertidos acerca del furor que causa en personas de todas partes del mundo este tipo de masajes y pensamos que quizás deberíamos probar nosotros también. Sin darnos cuenta una niña tailandesa de no más de tres años se nos acerca y la toma a Caro dulcemente de la mano y la lleva hacia la cabaña de masajes en donde trabajan sus padres. Nos reímos, le damos un abrazo y le decimos a su mamá que la tiene muy bien entrenada. Antes de seguir nuestro camino tenemos que prometerles que si nos llegamos a dar un masaje en Ao Nang será con ellos.
Dejamos atrás la última casa de masajes y nos sentamos en una mesita que mira al horizonte a la sombra de un árbol, a nuestra izquierda a unos cincuenta metros aparece un río que vuelca sus aguas en el mar y mas allá el inmenso paredón de roca y vegetación en donde parece apoyarse toda la ciudad. El agua es de un verde transparente, por momentos con los rayos de sol parece esmeralda. Minutos después de hacer nuestro pedido un mozo silencioso nos acerca un plato abundante de un excesivamente dulzón pad thai y otro con arroz con mariscos bien picante, todo acompañado con cerveza Chang por suerte helada.
Mientras comemos vemos como un grupo de monos grises y dorados de cola larga se acercan a unos turistas, a unos diez metros de donde estamos, en medio de la playa. Los turistas comen choclos asados y piña fresca que se vende en bolsitas transparentes y eso es lo que ellos están buscando: comida. Son cinco y se pueden ver claramente sus diferentes caracteres, algunos son respetuosos, casi temerosos y otros mucho mas agresivos. Su insistencia resulta un tanto intimidatoria hasta que los turistas finalmente entregan parte de su comida y los monos al hacerse de su botín, rápidamente cruzan el río para regresar a su hogar.
Cuando terminamos de almorzar decidimos darnos un buen chapuzón en el agua cálida y calmada. De chicos, nuestros padres no nos hubieran dejado meternos al agua hasta que no termináramos de hacer la digestión, por suerte ¡ya somos grandes! Oteando el terreno, nos dirigimos hacia el territorio dominado por los monos, al que se accede cruzando el río que desemboca en el mar. No hay guardias, ni policías, la interacción es completamente libre. En ese momento tampoco hay turistas. Solo un cartel que pide que no se les de alimento y que por lo que vimos anteriormente, nadie cumple. Cruzamos el río caminando, en el medio el agua sobrepasa la cintura, luego unos metros de arena y la montaña en donde comienza el parque nacional. Hay decenas de monos, de todos los tamaños, son amistosos, pero también salvajes si hay comida de por medio. Nos sentamos a observarlos en una pasarela de madera que se interna en el cerro.
Ellos juegan, pelean por comida, gritan, saltan…También se pueden ver gestos de puro amor de las madres a sus pequeños hijos y de las hembras a los machos. Uno grande y de dientes filosos se aleja de la manada, debe ser uno de los machos alfa, se sienta en soledad y mira con la mirada perdida , nadie se atreve a acercarse. Caro aprovecha y gana minutos interminables haciéndoles un book de fotos, ellos posan cual modelos de pasarela, no se inmutan ante los disparos ni la cercanía del objetivo.
Los monos son animales muy importantes para los tailandeses y alimentarlos, más allá de las prohibiciones, es considerado de buena suerte. Pero además existe un componente religioso de gran trascendencia. En Tailandia la mayoría de la población profesa el budismo, pero también es muy fuerte la presencia del hinduísmo y de una mitología tailandesa que desde hace siglos se narra en cuentos. Estas historias tienen como epicentro un bosque milenario llamado Himmapan, cuya ubicación exacta se desconoce, aunque se lo ubica en las cercanías de la cordillera del Himalaya entre India y Nepal. Allí viven una gran cantidad de personajes mitológicos y uno de los más importantes es Pranorn Puggsa, una deidad mitad mono y mitad ave a la que se la describe como un espíritu incansable del bosque, ágil, hábil, inteligente y también un tanto deshonesta.
Todavía maravillados por la libertad con la que se mueven estos animales y por la posibilidad que tenemos nosotros de interactuar con ellos, decidimos explorar el cerro y ascendemos lentamente por escaleras de madera entre la vegetación que por momentos impide que se vea el sol, pero no el mar, que a lo lejos brilla con sus barcazas y sus lanchas modernas. Cada vez que el camino nos propone una curva damos con una postal increíble por su belleza rústica, de naturaleza virgen, de monos y aves. En realidad, no sabemos dónde lleva el camino, pero siempre hay destinos por descubrir.
Al descender, alcanzamos una pequeña playa, completamente enmarcada por dos paredes de roca sólida, pasamos por una garita en donde un guardia nos exige nuestra firma para permitir la entrada, ya que toda la playa es propiedad de un hotel. Nos sentamos en la arena, detrás nuestro una fila de reposeras, más atrás las cabañas del hotel y a nuestra izquierda un muelle desde donde varios chicos se arrojan de cabeza al mar.
Como empieza a caer la tarde iniciamos el regreso, nuevamente comenzamos a escalar el cerro, cuando delante nuestro vemos una imagen que nos conmueve, en ordenada fila india y en silencio los monos caminan sobre la baranda de la escalera, como trabajadores que vuelven a sus hogares luego de una jornada de trabajo.
Pasan junto a nosotros con naturalidad, unos tras otros casi sin inmutarse, están muy acostumbrados al trato con humanos. Bajando la escalinata nos detenemos y registramos varios actos de amor entre parejas y madres con los niños de la manada.
Cuando llegamos a la base todavía hay decenas de monos interactuando con turistas, fotos, risas, gritos y pedidos de comida. Una madre mona sienta a sus hijos, uno junto al otro y de a uno también les va revisando lengua, ojos y hasta le quita los mocos. Como todo niño, ya sea humano o mono, no les gusta este tipo de revisión, pero está claro que la educación de esta madre es un tanto dura, porque el que protesta se lleva una cachetada de regalo. ¡Quizás hasta era la médica encargada de la revisión general de los niños!
Me siento junto a un simio de tamaño mediano, por unos minutos ninguno de los dos nos movemos, nos miramos como dos extraños, es que eso somos en realidad. Pero luego nos damos cuenta que no somos tan diferentes. Noto en sus ojos la confianza y yo también siento que puedo confiar en el. Le extiendo mi mano y el duda, pero luego la toma y se sube sobre mis hombros. Nunca me había pasado algo así. Siento que ya somos amigos y la llamo a Caro para que inmortalice el momento sacándonos una foto. Estoy feliz y sonrío, y entonces Caro me grita que mi nuevo “amigo”…¡me acaba de abrir la mochila que llevo a la espalda y me está robando lo que tengo dentro! Me muevo lentamente y trato de sacarlo sin que se asuste y me muerda, pero también tratando de evitar que se lleve mis cosas. Con mi movimiento lo desestabilizo y el muy maldito me agarra de los pelos. Por unos segundos los dos meditamos qué opciones tenemos, como en un juego de poker. Yo soy más fuerte y él lo sabe, pero sabe también que estoy en una posición de desventaja. En un silencioso común acuerdo sellamos la paz, el se baja de mis hombros sin llevarse nada y yo dejo que lo haga sin ninguna reprimenda. En el último segundo nuestras miradas se cruzan, la mía es de reproche, en la de él no se nota nada de culpa.
Lo miro irse, con mi corazón roto por el engaño, pero él corre ágilmente y a los pocos metros le arrebata una bolsa a una señora que distraída miraba el paisaje. La mujer solo alcanza a gritar y él contento con su bolsa roja desaparece en la montaña. Creo que Caro sintió un poco de celos, como amante de los animales quería a toda costa que un amiguito se posara sobre sus hombros. Uno a cero…ya habrá otras posibilidades. La noche en Ao Nang es tranquila y apacible, en una pequeña galería se ubican unos cuantos restaurantes, en donde bandas de música tiran sus acordes entre ruidos de cubiertos. Como la noche está clara y calurosa y todavía nos quedan ganas de seguir andando un rato más, caminamos unas cuadras por la costanera hasta un lugar llamado Center Point. Allí se ubican varios bares con sus mesas al aire libre en un patio común a todos los locales. Los acordes que salen de los diferentes locales se entremezclan con las risas, el volumen de los televisores y el ruido de una mesa de pool que tenemos cerca nuestro. Todos los locales están llenos y el clima es de alegría, yo pido un cuba libre, ron, coca cola y limón, Caro fanática del daikiri, intenta explicarle a la moza tailandesa como se hace, ya que no está en el menú. Resultado: le traen un brebaje intomable. Nota mental, tratar de no pedir cosas que no estén en la lista.
TIPS (Precios 2013)
Minivan de Patong Beach (Phuket)+ Ferry Aonang Princess hasta Ao Nang
750 Bath = U$22
http://www.phuketferryboats.com
Hotel en Ao Nang: J Mansion
J.Mansion, 302 Moo 2, Ao Nang Beach, Muang, Krabi 81000 Thailand
Tel: (+66) 075 695 128 Mobile: (+66) 081 845 9496
@mail: j_mansion10@hotmail.com
PRECIOS MASAJES
Masaje de Cabeza por 30 minutos 150 bath = U$5
Masaje Thai por 1 hora 200 bath= U$7
Masaje de Pies por 1 hora 300 bath = U$10
Vaya que si, a quien no le gustaria visitar ese lugar alguna vez. Se ve igual o mejor que en la pelicula. Ojala pronto se nos haga poder vistarlo tambien.
Saludos!
Hola José! SI lo soñas en unos meses o años estarás visitando este hermoso lugar. Saludos!
muy bueno sus comentarios y datos estoy viajando para phuket en breve y no teniamos claro si ir a phang ngabay ,ahora hasta se con que agencias ,gracias
Hola Miriam! Muchas Gracias!!! Cualqueir duda escribinos!!!