Diciembre 2011
[L]legar a James Bond Island y remontarse a una historia de espías.

Tailandia, James Bond Island
[C]uando llegamos a James Bond Island imposible no reconocerla con la enorme roca que la identifica emergiendo en medio del agua; a pesar de la distancia en que estamos, se puede ver la enorme cantidad de gente que la recorre. Inteligentemente el coordinador del tour nos propone seguir con nuestro itinerario y volver mas tarde cuando haya menos turistas. Así que cambiamos de embarcación, por una más rústica, pequeña y rápida y partimos hacia Ko Pan Yi, una centenaria aldea de pescadores musulmanes construida sobre el agua en la ladera de una montaña rocosa y cubierta de vegetación.
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[E]n esta aldea, sus pobladores de a poco se han ido dando cuenta que con el turismo se gana más dinero que con las arduas y muchas veces poco redituables jornadas de pesca. Al acercarnos notamos también las transformaciones que la llegada del turismo y sus dólares han producido en ella. Se pueden ver nuevas construcciones de techos a dos aguas, restaurantes de madera, bien plantados y de tamaño excesivo para tan pequeña población y varios negocios de venta de souvenirs con cuanto objeto se les pueda ocurrir. Diferentes muelles se ubican en todo el frente de la aldea que mide unos cuatrocientos metros y alrededor de ellos botes y redes que flotan sobre telgopor y bidones vacíos a la espera de la salida de los pescadores a una nueva jornada.
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[T]enemos una hora para recorrer la aldea, así que ingresamos por uno de estos restaurantes y seguimos de largo por los estrechos pasillos de madera de este pueblo construido íntegramente sobre el mar, todo sobre pilotes, algunos de cemento y otros de madera. Mas allá de los cambios lógicos con las consecuencias positivas y negativas que les pueda haber traído la llegada masiva de turistas, la aldea sigue conservando muchas de sus costumbres ancestrales. Las casas tienen todas sus puertas abiertas sin mesas ni sillas, los pisos son limpios y brillosos y los niños junto a sus madres juegan en él libremente. Gatos de todos los tamaños y colores caminan tranquilos y felices, se alimentan de pescado fresco y sin peligro ya que en esta comunidad musulmana llegada de Indonesia hace siglos, no están permitidos los perros. En nuestro recorrido llegamos a la única escuela de la aldea, en donde nenas con shador con el rostro totalmente descubierto, juegan con sus compañeros varones y nos preguntan en inglés de que país somos.
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[M]ientras caminamos, los niños se nos acercan, nos miran con curiosidad, llevan el pelo corto, camisas blancas y largas sin cuello, mochilas a la espalda y gorritos blancos. Algunos jóvenes permanecen en las aulas, otros juegan al fútbol en una cancha con piso de cemento y en un rincón otro grupo se divierte con un juego muy popular tanto en Tailandia como en Indonesia y Malasia, el Sepak takraw que es como una cruza entre fútbol y voley y se juega con una pelota liviana de ratán. En uno de los pasillos más anchos se ubica el mercado, con locales de ropa y comida y en donde por 100 bath nos sacamos fotos con unas encantadoras monitas payaso de manos largas, cariñosas, con hebillas en la cabeza y pañales de colores.
[singlepic id=373 w=800 h=400 float=center] [singlepic id=374 w=800 h=400 float=center][V]olvemos a nuestro barco y enfilamos para James Bond Island, llegamos en unos minutos y desembarcamos en un muelle de madera en donde se acomodan decenas de embarcaciones. A pesar del tiempo transcurrido, el gentío no ha aminorado, es impresionante la cantidad de personas que filma, camina, charla, saca fotos… van, vienen, compran.
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[C]omo dijimos, el principal atractivo de la isla que antes de la llegada del espía británico se conocía como Ko Tapu, es la mítica roca de unos treinta o cuarenta metros de alto que se hunde como un cohete en el medio del mar a unos cuantos metros de la playa Justamente en Ko Tapu, lugar paradisíaco pero solo visitado por pescadores y tribus de la zona se filmó en 1974 “El hombre de la pistola de oro” una de las sagas del famoso 007 en esta ocasión encarnado por Roger Moore. A partir de ese momento y como ocurriría años después con Maya Bay y la película La Playa protagonizada por Leo Di Caprio, se convirtió en lugar de culto y es visitada por millones de turistas al año. La isla es pequeña y escarpada, con grandes paredones de roca, grutas oscuras y playas angostas. También hay puestos de venta de recuerdos con techos de paja, baños sucios y muy rudimentarios y un pequeño bar para comprar bebidas. Realizamos un corto ascenso por una escalera de piedra natural y llegamos a un mirador desde donde se pueden sacar muy bellas fotos, siempre y cuando no se les crucen por delante los miles de turistas que rondan por allí.
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[D]e regreso en nuestro barco, navegamos lentamente entre islotes y verdaderos bosques acuáticos, con árboles altos y esbeltos que emergen del agua. Nos apeamos en el puerto de Phang Nga y un micro nos espera para ir al Suwankuha temple, última parada del tour. Es un lugar sagrado para el budismo, construido en el interior de una montaña y en donde descansa placidamente el Buda Acostado, dorado y custodiado por cientos de monos. El trajinar del día más el movimiento rítmico del bus hace que todos dormiten, Caro duerme plácidamente.
[N]os bajamos y ya en la explanada que precede al templo cantidades de monos nos esperan, hay de todos los tamaños, desde los jefes de manada con colmillos filosos hasta madres con sus bebés colgando de sus pechos. Son muy inteligentes y conocen múltiples trucos para obtener la comida que oportunos vendedores les proveen a los turistas allí mismo. Hay que tener cuidado porque no son animales domésticos y pueden ponerse insistentes y peligrosos si ven que uno lleva bolsos o potenciales lugares con alimentos y no se los está entregando. Más de un turista ha perdido valiosas pertenencias en manos de estos simios que tras su “delito” escalan la montaña que se extiende una centena de metros por encima de la entrada a la cueva, para terminar desapareciendo.
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[I]ngresamos al templo que está silencioso y en penumbras, los monos se instalan en la entrada pero no ingresan, dos cuidadores se fijan que no lo hagan. Además del buda Acostado prolongado y deslumbrante, otras imágenes de Buda mas pequeñas se ubican por todo el lugar. Recorremos lentamente el recinto, impresionados, la montaña parece querer meterse dentro del templo y estaría bien porque fue el templo el que irrumpió dentro de ella.
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[T]erminada la excursión iniciamos el regreso, todo el mundo en la combi está exhausto y en silencio. Cuando llegamos a Patong Beach la tarde hace rato que abandonó su lugar, estamos muy cansados pero de ninguna manera nos vamos a perder nuestra última noche en la ciudad. Así que nos pegamos una ducha, ponemos nuestros despertadores para las 9 y media y dormimos una corta y reparadora aunque insuficiente siesta.
[C]uando salimos, vamos hasta la playa, recorremos la costanera, bulliciosa, alegre, con bandas de amigos tomando una cerveza tras otra, sin parar. Con sus deliciosos chiringuitos, con sus bateas repletas de mejillones, langostinos, camarones, chorizos y frituras, pollos y pescados. Pasamos por el mercado, vamos hasta la Bang Lang road, tan loca y promiscua como siempre y comemos pizza con cerveza en un local ubicado en una de sus cortadas
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[V]olvemos lentamente hacia el hotel pensando en Phuket, en Patong Beach, en sus islas, en la buena onda de su gente, en la insistencia de sus vendedores, en el bullicio, la música y las playas repletas, en la prostitución que es abierta y evidente; pensamos en lo que viene y en que tenemos que dormir, aunque sea unas horas, porque al día siguiente a las 6 45 vamos a estar saliendo.
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[box] Primera parte de este post en: Viaje al interior de la Bahía de Phang Nga – Parte 1 [/box]
[box] Continuá leyendo la siguiente aventura en Tailandia: Ao Nang: En donde los monos son los verdaderos dueños de la playa [/box]