El final de año nos encontró con mucho trabajo y sin posibilidades de escaparnos a algún lado. Pero el calor de enero que derrite el pavimento de Buenos Aires y las lluvias calurosas de febrero que te dejan entre pachucho y resfriado nos hicieron repensar esto. Le dimos vueltas al asunto y con la necesidad de parar por lo menos unos días y gracias a un combo de pasajes baratos, hostería a buen precio y muchas ganas nos decidimos por Brasil. A pesar de haber viajado varias veces al país de la playa, la samba y la caipirinha, sobre todo Caro con casi veinte veraneos familiares en Florianópolis en su curriculum, increíblemente ninguno de los dos conocía Río de Janeiro.
Así que todo arreglado: visita a la tierra del Cristo Redentor y el Pan de Azúcar y aprovechando la cercanía, unos días en Búzios. Partimos del aeropuerto de Ezeiza una madrugada lluviosa en busca del mar cálido, la arena clara y el sol pleno. Nuestro plan era quedarnos cinco días en Búzios y otros cuatro en Río. Lo que nunca imaginamos fue que nos lloverían ocho y medio de esos nueve días. El mal tiempo en continuado nos enojo y entristeció, pero no nos amedrentó. Fuimos a la playa todos los días, caminamos, nadamos y hasta hicimos snorkel, siempre con las nubes negras encima nuestro.
En Búzios saludamos a la estatua de Brigitte Bardot, paseamos por la rua Das Pedras, vagamos por los morros entre explendidas posaditas; nos zambullimos, caminamos y nos sentamos debajo de algún techito en las playas de Joao Fernandes, Joao Fernandinho, Tartaruga, Azeda, Azedinha, Dos ossos, Brava y Geribá. Algunas idílicas, cortitas y concurridas, otras largas y espaciosas; varias de palmeras y mar calmo; otras despobladas, rocosas y de mar revuelto.
Por las mañanas desayunamos observando a los cruceros anclar en el yacht mientras bajan decenas de turistas para pegar una vuelta rápida y comprar lo que sea. Por las tardes nos sentamos a tomar unas cervezas con rabas, solo media porción, porque están muy caras y por las noches sorteamos la lluvia entre románticos y melancólicos mientras catamos algunas caipirinhas viendo las gotas perderse en el mar.
Recorremos por última vez por Rua Das Pedras, la mañana está oscura y sus adoquines brillan con la lluvia, nos vamos para la estación de buses ya que en unos minutos salimos para Río.
Tres horas después ya estamos en tierra carioca y desde allí tomamos un bus turístico por 5 reales cada uno para ir hasta Copacabana en donde tenemos reservado nuestro hostel. Estos buses son mucho mas baratos que los taxis y un poco mas caros, aunque mas rápidos que los regulares. Luego de dejar las cosas en nuestro cuarto, bajamos hasta la av Atlántica para encontrarnos con la costanera con sus ondulantes dibujos en blanco y negro, el mar que se va oscureciendo, la arena blanca y a lo lejos los morros entre nubes. La playa es muy ancha y tiene marcadas canchas de futbol y voley y al costado puestos de comida con mesitas. Todo está bien iluminado y la gente aprovecha para hacer deporte a pesar de la llovizna persistente.
A la mañana siguiente el día amanece nublado. Estamos felices de estar por primera vez en Río de Janeiro y nos autoconvencemos que el mal tiempo no nos detendrá. Empezamos a recorrer esta ciudad que fuera la capital del imperio del Brasil desde 1822 hasta 1960 cuando fuera traspasada a Brasilia. Pero anteriormente ocurrió algo que cambiaría la historia de Río para siempre. En 1808 la invasión de Napoleón y las tropas francesas a Portugal era inminente. Entonces la familia real portuguesa junto a su corte y custodiados por sus aliados ingleses se subieron a sus barcos y se transladaron a América. Entonces Río de Janeiro se convirtió en la única capital europea fuera de Europa de la historia. La llegada de la corte portuguesa marcó profundamente a la ciudad, la potenció, la puso en contradicción y tras la reanudación de las relaciones comerciales, también la modernizó. Río de Janeiro ya no era una capital colonial, sino el lugar de residencia de la corona portuguesa.
Iniciamos nuestro camino justo en donde lo dejamos el día anterior, en la playa de Copabana. Del otro lado de la avenida se alinean enormes rascacielos y hoteles. Caminamos por la arena, nos sentamos a descansar, seguimos, nuestro destino es Ipanema justo detrás del fuerte. Al llegar vemos surfers saltando olas y mucha gente intentando recibir los escasos rayos de sol que escapan de las nubes. Nos quedamos un rato en la playa hasta que comienza a lloviznar y entonces nos dirigimos a la zona de bares, ubicada cruzando la av costanera. Andamos por las calles Prudente de Moraes y Vizconde de Pirajá en donde hay montones de restaurantes, bares y turistas. Almorzamos un pollo al galeto (asado) con papas fritas en uno en donde todos los mozos parecen hermanos mellizos y nunca acertamos con cual es el nuestro. Luego nos vamos hasta el lindo lago Rodrigo Das Freitas custodiado por altos edificios y sombreadores árboles en donde nos quedamos hasta que cae la noche.
Mañana de sábado y un poco de sol, tomamos el subte en Copacabana, pasamos las estaciones futboleras de Botafogo, Flamengo y otras hasta la de Uruguayana en donde se ubica la feria al aire libre. Es grande y populosa y se extiende hasta el parque Campo de Santa Ana. Luego de vagabundear por ahí, nos quedamos por el centro, las oficinas comerciales están cerradas y hay poca gente.
Pasamos por las iglesias de La Candelaria y de La Santa Cruz, por el Palacio Imperial y el teatro Nacional y paramos a comer en una linda callecita con mesas en la calle. Luego vamos hasta la nueva catedral Metropolitana, una construcción que nos recuerda a alguna de las pirámides mayas que vimos en otros viajes. De cemento y vitrales, anodina y sin gracia, no nos parece demasiado agradable a la vista. Entramos y nos sentamos entre penumbras, es un lugar amplio, frío, distante, de fondo suena una cinta con cantos gregorianos.
Decidimos visitar el barrio de Santa Teresa, barrio de artistas y bohemios y como la forma mas fácil y pintoresca de llegar es abordo de un trencito, nos vamos hasta la estación. Llegamos y vemos una larga cola de personas esperando con cara de fastidio. Todo parece bastante desorganizado, no existe información sobre horarios, tickets y demás. Esperamos mas de media hora y cuando el trencito llega, acarrea un solo vagón. Parece que los demás están en reparación, la cuestión es que sacamos cuentas y dada nuestra ubicación en la fila y el tiempo que tarda entre ida y vuelta, tendríamos un par de horas como mínimo de espera y quien sabe cuantas para regresar. Así que abandonamos nuestras ansias de visitar Santa Teresa y emprendemos la vuelta a Copacabana.
A la noche la lluvia se convirtió en diluvio, de esos que meten un poco de miedo. Las veredas están cubiertas de agua y por las calles bajan cataratas hacia el mar. Desde nuestro cuarto que tiene un lindo ventanal, vemos como la corriente se lleva a los autos estacionados y los choca contra los árboles. Mas adelante un camión de bomberos rescata a la gente de una casa con el agua hasta el techo. Como un irónico mensaje del mas allá comienza a sonar en el Itunes de nuestra compu el tema Inundados del grupo brasileño Os paralamas. Cuando afloja el aguacero y también la inundación salimos a comer, solo avanzamos dos cuadras y quedamos atrapados por el agua, asi que cenamos en el único restaurante que tenemos a mano: pollo con arroz y frijoles y cerveza Skoll.
Domingo, nuestro último día en Río y nos falta hacer de todo. El cielo está celeste, no queremos ser negativos pero nos preguntamos cuanto durará esto. Caminamos hasta la playa, hay gente nadando en el mar, otros tomando sol, cientos haciendo footing o andando en bici.
Nos vamos hasta la rua Barata Ribeiro para tomar el bus hacia el Cristo Redentor, se puede ir en excursión paga, pero preferimos hacerlo por nuestra cuenta. En poco mas de media hora arribamos a la base del cerro Corcovado en donde analizamos las opciones para subir. Son varias: en taxi, en bus turístico y en tren que es lo mas barato. Elegimos esta última y cruzamos hasta la estación que queda justo enfrente. El tren sube trabajosamente la cuesta y nos deja al pie del Cristo que está en reparación con andamios alrededor. Allí hay una serie de plataformas en donde hay bares, tiendas de souvenirs y escaleras mecánicas.
Las vistas de Río desde el Cristo son maravillosas, dando la vuelta completa se pueden ver el Pan de Azúcar, la bahía de Copacabana, Ipanema y Leblon, el mar, los morros y las miles de casitas que se tambalean en sus laderas, el estadio Maracaná y el lago Rodrigo Da Freitas. Dando vueltas, sacando fotos y disfrutando se pueden ver turistas de todas partes del mundo.
Para decirle adiós a Río, volvemos a la zona de Ipanema y disfrutamos de un atardecer y anochecer mágico.
Nos despedimos de la playa para la foto obligatoria en el bar Garota de Ipanema y luego cenamos en un restaurante mexicano que está a full de gente. La noche está cálida y nublada y volvemos caminando por la playa, mas allá del prontuario nocturno de Río y las mejoras de los últimos años, no notamos ningún peligro y vemos bastante presencia policial.
Al llegar al hotel cerca de la medianoche, en la sala en común y pegados al televisor un grupo de argentinos mira la entrega de los Oscar a lo mejor del cine. Nos unimos a ellos. El Secreto de tus ojos la película argentina de Campanella, Darín y Francella gana el Oscar y nosotros festejamos como si fuera la final del mundial. Estas son las cosas lindas de la locura argenta, eso de alentar a los suyos en cualquier parte del mundo y en la disciplina que sea. Ojalá pudieramos mejorar en tantas otras cosas que tenemos pendientes.
saben amigos leyendo sus anotaciones me hicieron viajar por esos lugares magicos , gracias por la narrativa muy hermosa.
¡Gracias a vos Jacqueline por tus lindos comentarios! ¡Saludos!
hola he leido sus comentarios y veo que conocen estoy en duda si ir a rio de janieiro o buzios con mi marido e hija de 19 años a el le gusta lugares que tengan centros y restaurant bares para la noche como camboriu me podrian decir como es rio y buzio si conocen si tiene centro gracias estoy averiguando para no ir a un lugar y arrepentirme
Hola Patri! Gracias por escribirnos! Te contamos qué nos parece.
Río de Janeiro es una de las ciudades más grandes del Brasil. Sus playas más conocidas, con los mejores lugares para alojarse son Ipanema y Copacabana. Estos barrios son muy céntricos, con muchos restaurantes, hoteles y bares. Hay mucho movimiento todo el día.
Buzios por su parte es mucho más chico que Río de Janeiro. Con varias playas escondidas, hosterías y posadas. El centro de Buzios es en la Rua das Pedras, una calle céntrica de unas diez cuadras en donde hay variedad de restaurantes y bares.
Río de Janeiro y Búzios son muy diferentes, pero las dos son muy divertidas y recomendables. Si tienen varios días, pueden visitar las dos, ya que no están muy lejos una de la otra (tres horas de bus).