Día de playa, caminatas, varios chapuzones en el mar y la búsqueda de una agencia de turismo que tenga buenos antecedentes, precios accesibles y que no nos deje varados en medio de la nada.
Si bien nos gusta viajar con un cronograma preestablecido, estudiado y diseñado con paciencia, también sabemos que una de las cosas mas lindas de viajar es dejar que los lugares te llamen, te sorprendan y te inviten a conocerlos, a veces con un susurro, otras a los gritos con un megáfono.
Nos despertamos temprano y salimos a desayunar. Caminamos en dirección a la playa, cruzamos el pasadizo que tiene tan solo un par de locales abiertos y como ya es evidente que la ropa que traje no es suficiente aprovecho para comprarme una bermuda y una remera, previo regateo, conseguimos las dos prendas por 500 bath, 16 dólares aproximadamente. Luego seguimos camino hacia la costanera que dada la hora está poco transitada todavía, pero los choferes de tuk tuk están firmes junto a sus vehículos y a cada paso nos preguntan con insistencia hacia donde queremos ir. Avanzamos sin responder. Debo confesar que los 120 minutos que van de las siete a las nueve de la mañana no son mis preferidos para estar despierto, así que mi humor no es el mejor en ese momento.
En Argentina el desayuno consiste en mate, café y té para algunos; todo acompañado de medialunas o tostadas con manteca y dulce de leche o alguna galletita y hasta allí llegamos. Rico y no muy pesado. Muy lejos estamos de los desayunos norteamericanos con huevos fritos y tocino y muy lejos también de los desayunos del sudeste asiático, compuestos por sopas de caldos espesos, fideos y verduras. Ojo, no quiere decir que cada tanto, no nos animemos a comernos algún desayuno continental estilo brasileño, con huevos revueltos, jamón, queso y frutas de todo tipo. Pero no es lo común. Por eso descartando los hoteles o restaurantes más costosos y con menú internacional, puede ser complicado desayunar barato y a nuestro gusto en esta parte del mundo. Así que para no dar mas vueltas, nos sentamos en una de las mesas de un Mc Donalds que da a la playa, café para mí, jugo de naranja para Caro y un par de sanguches tostados mientras, wi-fi mediante, comenzamos a analizar los lugares que no podemos perdernos en la excursión que vamos a hacer al día siguiente a la bahía de Phang Nga. Terminado el desayuno, salimos a la costanera y una multitud de vendedores ya se encuentra en la calle ofreciendo sus productos, son amables, incansables, agotadores. Se ganan la vida honestamente y trabajan del día a la noche, pero para el viajero, que durante toda la jornada debe responder una y otra y otra vez que no necesita taxis, masajes, relojes o trajes de etiqueta, puede ser muy molesto. Tanto es así que el ingenio tailandés hizo que se vendan remeras con leyendas que dicen que no querés un traje, un masaje o un “fucking” tuk tuk. Caro tiene la capacidad de poner su cerebro en otra dimensión, puede concentrarse en su camino o en el paisaje y no responder y seguir su camino, pero yo no puedo, intento ser amable, les explico que no quiero comprar nada de lo que me ofrecen, pero por momentos mi típico mal humor argento puede hacerse presente.
Nuestra prioridad del día, más allá del disfrute en sí mismo, es dejar contratada la excursión y eso es algo en principio traumático. Los que han tenido que contratar excursiones en destinos de Argentina, Bolivia, Perú, Brasil, Venezuela, Guatemala, Honduras o Nicaragua, solo por nombrar algunos en dónde no han cumplido con lo prometido, sabrán que la búsqueda de una agencia de turismo confiable muchas veces puede resultar difícil. Cerca de nuestro hotel, en un radio de cinco o seis cuadras encontramos varias agencias que venden el paquete a la bahía de Phang Nga. Entonces iniciamos el operativo. Entramos a una, luego a otra, conversamos, todo en inglés, miramos fotos, discutimos el precio, pensamos, nos llevamos folletos, hacemos números. Más tarde entramos a otra agencia y así. Generalmente con cinco tenemos un panorama de como viene la mano. En resumen, en todas ellas el itinerario a visitar no varía demasiado, están muy claros los mejores lugares para visitar, lo que sí cambia y bastante son los precios. Algo que tenemos en cuenta y que nos ha pasado más de una vez, es que la contratación del tour más caro no siempre te asegura un buen servicio. Como no estamos del todo seguros con respecto a la elección, lo dejamos para más tarde y nos vamos a la playa con nuestros coloridos folletos en mano. El cielo está encapotado, gris y oscuro, hace un calor por momentos insoportable y una resolana que quema tanto que me traspasa la remera.
Caminamos unas cuadras evaluando qué lugar nos gusta mas y terminamos por acomodamos en unas reposeras en un sector de la playa en donde hay menos gente y que además tiene un supermercado a unos 30 metros, para asegurarnos bebidas y comidas a muy buen precio.
Me acuesto en la reposera bajo la sombrilla con la firme intención de que el sol me pegue lo menos posible, mientras Caro un poco mas allá disfruta a pleno de los rayos abrasadores. ¡No sé cómo hace! Tomo uno de mis libros y me dispongo a leer, cuando junto a mi se recuesta una mujer enorme, pero cuando digo enorme no estoy exagerando, debe pesar no menos de 170 kilos, de pelos rojizos y enrulados. La miro de reojo e intento seguir con lo mío, pero en ese momento se saca la parte de arriba de la bikini y se queda en topless. En un verdadero canto a la abundancia que ni el mismísimo maestro colombiano Fernando Botero se habría atrevido a esculpir, deja al descubierto dos globos rosados de imponentes proporciones que sobresalen impiadosos entre los pliegues fláccidos de su panza. La situación me produce estupor, una especie de poder hipnótico se apodera de mí, algo así como cuando uno no puede dejar de ver el cuerpo cubierto de sangre de un accidentado. Sabía que tenía que dejar de mirar, pero no podía dejar de hacerlo. En eso la mujer levanta la vista de improviso y me pesca mirándola, avergonzado bajo los ojos y me refugio en mi libro.
En el cielo que sigue cubierto, una ruidosa avioneta rompe el silencio y comienza a hacer arriesgadas piruetas para deleite de toda la gente y sobretodo de los chicos. En el agua maravillosa y salvadora ante tanto calor, los jet ski viajan a gran velocidad de un extremo al otro de la bahía tratando de no chocarse con los miles de bañistas que juegan entre las olas.
A las 17 hs un chaparrón inesperado aunque previsible, hace que abandonemos la playa y apuremos el paso camino a la agencia de turismo. Después de mucho analizar nuestras opciones, finalmente nos decidimos por una agencia que queda a media cuadra de nuestro hotel llamada Crystal tour. Los precios y servicios son similares a las otras, pero la actuación de la persona que nos atendió termina por convencernos. Es un joven de unos 30 años, con aparatos en sus dientes que le dan vergüenza mostrar cuando sonríe y que intenta tapar de manera disimulada. Tiene uñas largas, peinado a la cachetada, modos femeninos y perfecto conocimiento de todo lo concerniente a las excursiones que promociona. Un sello característico de Tailandia es la amplitud mental para que cualquier persona sin importar su elección sexual acceda a diferentes puestos de trabajo. El precio de la excursión con todos los traslados, almuerzo, bebidas y demás nos cuesta 1800 bath cada uno.
Salimos del hotel pasadas las 21.30 hs, la ciudad está de fiesta y literalmente es así, ya que al torbellino de luces, colores y sonidos habitual (si buscan paz olvídense de Patong Beach) se suma el festejo de la apertura de la temporada alta. Música en la playa, recitales con bandas en vivo y fuegos artificiales.
La ciudad es una especie de descontrol organizado, porque a pesar de ser evidentes la manera en que corren el alcohol y las drogas, no se ven peleas ni desmanes y la ciudad es bastante segura aún de noche. Caminamos por la playa con los acordes de Coldplay sonando de fondo y viendo como unos pequeños globos de papel con una llamita en su interior se elevan colgándose de la noche.
Nuestra caminata a pies descalzos por la arena que todavía sigue cálida nos lleva hasta el mercado ruidoso y pleno de aromas y colores, ingresamos por un sector que posee una enorme y pomposa foto del rey Bhumibol Adulyadej que gobierna el país desde 1946. Los retratos del rey y su esposa, con el amarillo que representa a la monarquía como color dominante se ubican por toda la ciudad. Los tailandeses guardan mucho respeto por la casa real que los gobierna y realizan una reverencia cada vez que pasan por delante de sus fotos o símbolos.
La Bang Lang Road, llamada cariñosamente por los turistas que van allí en busca de diversión bangalore, explota de actividad y se ven parejas de todas las razas colores y sexos interactuando entre sí, bailando y bebiendo. Nosotros estamos muertos de hambre y decidimos esta vez no cenar en los puestos de la playa, sino que elegimos un pequeño restaurante de comida local ubicado en una callecita que corta la avenida de la costanera. Tiene el piso de madera y mesitas a la calle cubiertas con coloridos manteles. Comemos un rico Pad thai con mariscos, bastante picante, hay que tener en cuenta que en Tailandia toda la comida es muy picante, y arroz con camarones. Cerveza Singha helada y Coca Cola Light.
A la vuelta, la ciudad sigue en su torbellino fiestero, los acordes se diluyen a medida que uno se aleja de las calles principales, pero las chicas que ofrecen masajes, los hindúes que ofrecen trajes y los choferes que ofrecen viajes en tuk tuk, siguen allí, como si el tiempo no hubiese pasado.
Si te perdiste la anterior aventura: La noche en Patong Beach, Phuket ¿el paraíso del pecado?
Continuá leyendo la siguiente aventura en Tailandia: Viaje al interior de la Bahía de Phang Nga – Parte 1